miércoles, 17 de octubre de 2012

Enrique VIII y el Acta de Supremacía (1534) - 1ª Parte





Albeit the king's Majesty justly and rightfully is and ought to be the supreme head of the Church of England, and so is recognized by the clergy of this realm in their convocations, yet nevertheless, for corroboration and confirmation thereof, and for increase of virtue in Christ's religion within this realm of England, and to repress and extirpate all errors, heresies, and other enormities and abuses heretofore used in the same, be it enacted, by authority of this present Parliament, that the king, our sovereign lord, his heirs and successors, kings of this realm, shall be taken, accepted, and reputed the only supreme head in earth of the Church of England, called Anglicans Ecclesia; and shall have and enjoy, annexed and united to the imperial crown of this realm, as well the title and style thereof, as all honors, dignities, preeminences, jurisdictions, privileges, authorities, immunities, profits, and commodities to the said dignity of the supreme head of the same Church belonging and appertaining; and that our said sovereign lord, his heirs and successors, kings of this realm, shall have full power and authority from time to time to visit, repress, redress, record, order, correct, restrain, and amend all such errors, heresies, abuses, offenses, contempts and enormities, whatsoever they be, which by any manner of spiritual authority or jurisdiction ought or may lawfully be reformed, repressed, ordered, redressed, corrected, restrained, or amended, most to the pleasure of Almighty God, the increase of virtue in Christ's religion, and for the conservation of the peace, unity, and tranquility of this realm; any usage, foreign land, foreign authority, prescription, or any other thing or things to the contrary hereof notwithstanding.


El Acta de Supremacía fue una acta dictada por el Parlamento de Inglaterra bajo el reinado de Enrique VIII(1491-1547). En ella se declaraba que el rey era la suprema y única cabeza en la tierra de la Iglesia en Inglaterra, y que la corona británica debería disfrutar de todos los honores, dignidades, preeminencias, jurisdicciones, privilegios, autoridades, inmunidades, beneficios y bienes propios de esa dignidad. Se promulgó después de que el Papa lo excomulgara por divorciarse de Catalina de Aragón en 1533 (1485-1536). Desde entonces, el  Sumo Pontífice de Roma ya no poseía ningún derecho sobre la Iglesia de Inglaterra. La nación solo estaba bajo el mando de la autoridad de su soberano. Ni Papa ni el Emperador tenían ya el poder de interferir en las leyes inglesas. Al monarca se le otorgaba el derecho de nombrar sus propios arzobispos y obispos y perseguir la herejía. Además, se consideraba un crimen rehusarse a reconocer a Enrique Jefe Supremo de la Iglesia u oponerse al acta de sucesión. 

El Acta sostiene los derechos de enseñar la doctrina y reformar la iglesia, aunque no los de predicar, ordenar o administrar los sacramentos y ritos religiosos. Se conoció como potestas ordinis y era desempeñado por el clero. El rey alegaba que estaba defendiendo los derechos que antaño ostentaba el poder laico, que el Papado se había apoderado en el transcurso de los siglos.

Durante varios años Enrique VIII había intentado sin éxito conseguir el divorcio de Catalina de Aragón. La razón era muy simple pero de suma importancia: la ausencia de un heredero varón que lo sucediera. Además, el soberano tenía otro interés oculto en el asunto; se había enamorado de una de la damas de compañía de la reina Catalina, la enigmática Ana Bolena (1501/07-1536). 



A pesar de todos los esfuerzos para concebir un hijo, casi todos los embarazos de Catalina terminaron en abortos, niños nacidos muertos y un niño varón, que vino al mundo en 1511, que por desgracia únicamente sobrevivió 52 días. Por otro lado, la reina dio a luz en 1516 a una niña saludable llamada María, su único retoño que logró alcanzar la edad adulta. Aunque, eso no era suficiente para colmar de dicha los deseos del rey. Una niña no significaba nada para él, necesitaba desesperadamente un heredero que diera continuidad a la dinastía Tudor. En 1526, cuando Catalina tenía cuarenta años y los síntomas de la menopausia le acechaban, estaba claro que Enrique ya no tendría más hijos. 

En 1519, una de sus amantes, Elizabeth Blount, alumbró a un hijo bastardo del soberano, bautizado como Henry Fitzroy. El monarca lo nombró conde de Nottingham, duque de Richmond y Somerset, y le ortorgó también varios títulos importantes que incluían el de Lord Admiral de Inglaterra, cuando éste sólo tenía seis años, en 1525. Pero claro, él era un varón ilegítimo, que por supuesto podría venirle bien como peón para los acuerdos diplomáticos; no obstante no había manera de ser su sucesor en el trono.

Catalina se casó en primeras nupcias con el príncipe Arturo, el hermano mayor de Enrique VIII. La unión, celebrada en 1501, apenas duró unos meses debido a la muerte prematura del novio. La verdadera causa de su fallecimiento no se sabe con seguridad pero podrían haber sido "El sudor inglés" que podría compararse con la galopante Peste Negra. Enrique VII y su consorte, Elizabeth de York se quedaron deshechos.


La joven infanta española, entonces una pobre viuda, había permanecido en Inglaterra casi viviendo en absoluta pobreza, esperando interminablemente por un acuerdo sobre su dote entre su padre, Fernando de Aragón y su suegro Enrique VII. Catalina alegaba que su matrimonio no había sido consumado, en suma, que ella era virgen. El segundo hijo de Enrique VII, el príncipe Enrique, duque de York, fue proclamado como el nuevo heredero al trono, y cuando su padre falleció, anunció su compromiso con la viuda de su hermano. Finalmente, Enrique y Catalina se casaron el 11 de junio de 1509 y su espléndida coronación ocurrió unos días después, el 24 de junio. 




Escudo de la reina Catalina de Aragón, en el que se aprecia la granada, fruto que simboliza la fecundidad.


¿Por qué Dios no había permitido que sus hijos sobrevivieran? Enrique VIII empezó a preguntarse si esa unión era realmente legítima ante los ojos del Todopoderoso. Dios probablemente lo estaba castigando por haberse desposado con la viuda de su hermano Arturo. La fuente que reafirmaba su creencia la había encontrado en la Biblia, concretamente en un pasaje del Levítico 20:21: "Si un hombre se casa con la viuda de su hermano, es un acto impuro, pues habrá deshonrado a su hermano. Ellos no tendrán hijos."   El monarca estaba seguro que no podrían seguir viviendo en pecado, la culpabilidad lo estaba matando. El hecho de ser rey de Inglaterra no lo libraba de esa maldición. En definitiva, la única solución plausible sería separarse de su esposa. No tenía otra alternativa, por el bien de la nación debía conseguir la anulación de su matrimonio.

Irónicamente, unos años antes de pedir el divorcio, Enrique escribió un tratado en el que denunciaba las ideas reformistas de Martín Lutero, llamado "La defensa de los Siete Sacramentos" ( The Assertion of the Seven Sacraments). Enrique comenzó a redactarlo en 1518 mientras leía los ataques a las indulgencias de Lutero en su libro "Las 95 tesis". Enrique VIII mostró un manuscrito al cardenal Thomas Wolsey en junio de ese año, pero el libro se mantuvo en privado durante tres años más, cuando el manuscrito se convirtió en los primeros dos capítulos del Assertio, el resto del libro consistía en material nuevo relacionado al libro De Captivitate Babylonica de Lutero. Se cree que Thomas Moro estuvo involucrado en la composición del libro. Se lo dedicó al Papa León X, que decidió agradecer al monarca inglés concediéndole el distinguido título de "Defensor de la fe" en octubre de 1521. Obviamente, no fue una mera coincidencia que en 1518 el soberano empezara a componer una respuesta a las ideas de Lutero. Si repasamos los hechos detenidamente, percibimos que en el mismo año Catalina de Aragón se había quedado embarazada de la que probablemente fue su última concepción. 

Martín Lutero

Teniendo en cuenta todo esto, el apoyo del soberano a la Iglesia Católica tuvo un objetivo primordial. Enrique estaba intentado demostrar que él no era el culpable por la falta de herederos varones, y sin lugar a dudas, no se trataba de un castigo divino por sus pecados. Por lo tanto, pretendía lograr una posición privilegiada antes los ojos de Dios con el fin de merecer la bendición divina y consecuentemente fuera favorecido con el nacimiento de hijos varones. 

En esa situación desesperada fue cuando Enrique se percató de la presencia en la corte de Lady Ana Bolena. Empezó a sentirse atraído por ella entre 1525 o 1526; y en una de sus famosas cartas dijo que fue "embestido por el dardo del amor". En 1527, Ana finalmente aceptó casarse con el rey.

El siguiente paso era pedir al Papa la anulación de su matrimonio. El cardenal Wolsey dio comienzo a las negociaciones con Clemente VII con la intención de lograr el propósito de su soberano, sin embargo todo fue en vano. El pontífice se negó a darle el divorcio. El emperador Carlos V, la fuerza más poderosa de Europa y a la vez sobrino de Catalina de Aragón, probablemente era el responsable de que el Papa no se lo concediera. El emperador había saqueado Roma en 1527 y había convertido el Papa en casi un prisionero, lo que dejaba a Clemente en una situación sin salida. Si el Sumo Pontífice hubiese decidido ayudar al rey de Inglaterra, las represalias podrían haber sido devastadoras. 

Ana Bolena fue de cierta manera el detonante que dio inicio a la Inglaterra Protestante. No fue únicamente una amante seductora y vivaz por la que Enrique estaba perdidamente enamorado. pero también una fuerte partidaria de la Reforma. Ella acostumbraba a persuadir al rey para que leyera "libros prohibidos" que traían clandestinamente de Francia. Curiosamente, las partes que le despertaban mayor interés las marcaba con sus uñas para llamar la atención del soberano. Uno de esos libros era "La Obediencia de un Hombre Cristiano" (The Obedience of a Christian Man) de William Tyndale, publicado en 1528.



Continuará...



Bibliografía:


Bray, Gerald Lewis: Documents of the English Reformation, Library of Ecclesiastical History, Cambridge, 1994.

Denny, Joanna: Anne Boleyn: A new life of England´s tragic Queen, Portrait Books, London, 2005.

Hart, Kelly: The Mistresses of Henry VIII, The History Press, Gloucestershire, 2009.

Ives, Eric: Anne Boleyn, Basil Blackwell, Oxford, 1988.

Warnicke, Retha M.: The rise and fall of Anne Boleyn: family politics at court of Henry VIII, Canto, Cambrige University Press, 1996.





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