viernes, 23 de octubre de 2009

La malograda conquista amorosa del delfín Francisco

Retrato de una dama desconocida

El futuro rey Francisco I de Francia, a la tierna edad de quince años, fue invadido por primera vez por un desmesurado amor plátonico, algo irremediable de evitar en los conflictivos años de la adolescencia. Era el año de 1509, y nuestro protagonista se alojaba junto a su madre y hermana en el castillo de Blois. Un cierto día, en la iglesia, sus ojos se cruzaron con una joven morenita clara, pequeña y de espléndidos modales. En ese mismo instante, quedó totalmente cautivado por ella y no descansaría hasta saber quién era esa dama que acababa de robarle el corazón.

El primer paso que llevó a cabo fue relatar sus inquietudes a su confidente hermana Margarita. Ambos recordaban conocerla, solía ir con Margarita para jugar juntas a las muñecas. Supo que su nombre era Françoise y que era cuñada del mayordomo que tenían en Blois, o sea que estaba casado con la hermana de ella, y claro está que Françoise vivía allí, en una de las casas de la plaza. Contaba precisamente dieciséis años, uno más que Francisco. Aunque no era una dama de la corte, Margarita, para complacer a su hermano, decidió invitarla a todas las celebraciones que se dieran en el castillo. Francisco no podía creer que la había conocido en sus años infantiles, y sin embargo, ahora la contemplaba desde una óptica totalmente distinta. Estaba tan apasionado que su hermana no tenía coraje de negarle nada.


Françoise, algo tímida, se percató del efecto que hizó sobre el delfín. Decidió cambiar de sitio en la iglesia, y el joven inmediatamente se movió de su asiento para seguir mirándola sin ningun reparo. De cierta forma, ella en el fondo de su corazón, correspondía a los anhelos del delfín. No obstante, sabía que aventurarse en una relación con un joven de tan alta alcurnia, que incluso podría un día ser rey, no era exactamente lo que más le convenía. Era obvio que para Francisco ella unicamente sería un entretenimiento pasajero y al poco tiempo la abandonaría. Era imposible aquello fuera más allá, ella no era más que una plebeya entre el montón.


Françoise se sintió incomoda ante tantas atenciones y decidió oír misa a otra capilla, pero aquel gesto sólo hizo que se convirtiera en un juego cada vez más excitante para el delfín. No obstante, Francisco no poseía plena libertad para ir en su busca, su madre, Luisa de Saboya, estaba al asecho y vigilando cualquier imprudencia por parte de su vástago. Aquello no era suficiente para detenerse, él nunca se echaba para atrás ante los obstáculos. Viendo que su amada se negaba a dirigirle la palabra, organizó un plan muy osado que le llevaría hasta el dormitorio de la muchacha.



Retrato de Francisco a la edad de 21 años (1515)

El delfín Francisco, cabalgando en su impetuoso córcel, se encaminó hacía la ciudad, y una vez estuvo en la plaza dónde ella vivía, puso el caballo a galope dejándose caer en un hoyo y para colmo en frente a la residencia de Françoise. Los caballeros que le escoltaban lo sacaron de allí repleto de barro. Protestaba por su mala suerte y hasta cojeaba. A pesar su estado impresentable, su hombres no demoraron ni un instante en ayudarlo a subir las escaleras de la casa de su dama y se atrevieron a dejarlo en la cama de la joven, mientras un mensajero se daba prisa en ir en busca de otro traje.


Françoise había contemplado el espectáculo desde una una ventana y se había acelerado a resguardarse en un desván, de dónde fue rapidamente hallada por su cuñado, el mayordomo. La llevaron hasta Francisco y dejaron sola ante él, tremula y agitada. El delfín tendido en la cama, la cogió de la mano.


- ¿Por que huyes de mí? ¿Por qué me torturas, Françoise? Yo no soy malo. Yo no voy a devorarte. ¿Por qué no me dejas que te mire?

Sus súplicas no sirvieron de nada, ella se apartó de él. Toda la población había observado cómo entraba en la casa y nadie creería que no hubiera yacido con él.

-No, Monsieur, no. Lo que deseáis no puede ser. Yo no soy nadie a vuestro lado; antes moriría que acceder a vuestros ruegos.

Francisco empezó a alarmarse. ¿Era posible que ella no le amase?

Dios era testigo de que ella le amaba. - Yo no soy tan estúpida, ni tan ciega, para no ver lo bello, lo atractivo que Dios os ha hecho, y lo feliz que ha de ser la mujer que os ame. Pero...

Se detuvo unos intantes.

- Sería una locura que una persona de mi condición pensara en vos. Podéis explicar vuestra conquista a quien sea; en vuestra propia casa, en donde mis padres servían, he aprendido lo que era el amor. Deseáis una mujer para pasatiempo; en la ciudad encontraréis mucho más bellas que yo, a las que no tendréis que suplicar tanto. No es por falta de amor que huyo de vos. Os amo más que a mi vida, pero no quiero obrar con desacuerdo a mi conciencia.


Francisco afligido continuaba suplicando. Llamaron a la puerta para informarle que su traje nuevo ya estaba listo. Hizo que aguardaran mientras seguía implorando por los favores de la prudente dama. Pero todo fue en vano. El rendido delfín por temor a su madre se apresuró a marchar. Françoise con su corazón deshecho se mantuvo inflexible para conservar su honor.


Pero aún no se daría por vencido. Todo sucedido lo relató a sus ayudantes de cámara y el más viejo de todos le propuso una solución: intentaría comprarla con dinero. Para su infelicidad su secretario era su propia madre, y no podía pedirle dinero sin explicarle el porqué. No sabemos cómo, pero se las arreglaron para conseguir 500 coronas, una suma considerable. El mismo cortesano que le aconsejó las llevo a Françoise. La joven ofendida ante semejante insulto, se negó rutundamente a aceptar tan indignante proposición. El ayudante de camara, enfadado por el comportamiento de Françoise, volvió a su amo diciéndole que aquello era un afrenta contra él y que la insolente dama lo pagaría muy caro. No obstante, Francisco temía demasiado a Luisa de Saboya para recurrir a las violencias.


Pero la historia no termina aqui. Francisco seguía empeñado en conseguirla costara lo que costara, y su siguiente maniobra sería hacérsela suya engañándola. Su próximo plan era que su mayordomo la llevara a la casita que tenía en su viña. Sin embargo, a la hora concertada, cuando el muchacho iba nuevamente en busca de su amada, lo llamó su madre. Quería que sus dos hijos la ayudaran a escoger lo que tenían que colocar en una de las habitaciones que estaban decorando bajo su dirección. Francisco, esforzándose al máximo para parecer amable ante su progenitora, no veía la hora de que llegara su ansiado encuentro con Françoise. Mientras él se encontraba allí, a Françoise la entretenían en la casita del bosque. Cuando finalmente el joven pudo escapar de las garras de su madre y galopó a toda velocidad con su caballo, la muchacha ya no estaba. Había descubierto el engaño y había huído para refugirarse en su casa, decidida a abandonar Blois.

Todavía hubo un último encuentro, el escenario fue otra vez la iglesia. De este vez Françoise no consiguió eludirlo y Francisco aprovechó la ocasión para reprocharle su conducta. Ella se mantuvo firme en sus convicciones, no permitió otra vez que la debilidad la venciera. Fue entonces que Francisco compreendió su derrota y jamás volvió a molestarla.


Bibliografía:


Hackett, Francis: Francisco I, rey de Francia, Editorial Planeta de Agostini, Barcelona, 1995.

González Cremona, Juan Manuel: Amantes de los reyes de Francia, Editorial Planeta, Barcelona, 1996.

domingo, 18 de octubre de 2009

La Mascarada del Château Vert



El 02 de marzo de 1522 Enrique VIII celebró justas en honor a los embajadores de Carlos V en las cuales él mismo participó a lomos de un caballo adornado con gualdrapas plateadas en las que aparecían bordados un corazón herido y el lema "Elle mon coeur a navera"("Ella ha herido mi corazón"). La dama en cuestión, responsable por lanzarle el dardo del amor, podría tratarse de María Bolena. Su romance con el monarca empezó más o menos por esas fechas, sin embargo, no hay ningún dato que confirma que fuera ella la homenajeada, podría ser cualquier otra dama de la corte el objeto de sus atenciones.


Dos días después, la noche del martes de Carnaval, los enviados del Emperador fueron los invitados del cardenal Wolsey en York Palace, donde se montó un espectáculo de cierta importancia titulado "The Château Vert". Se trataba de un castillo verde con tres torres. En cada una de ellas ondeaba una bandera: una con tres corazones rotos, otra que mostraba la mano de una dama sosteniendo un corazón de hombre y una tercera en la que aparecía la mano de una dama haciendo girar un corazón de hombre. Ocupaban el castillo unas damas con nombres extraños: Belleza (María Tudor, duquesa de Suffolk), Honor (condesa de Devon), Perseverancia (Ana Bolena), Amabilidad (María Bolena), Constancia (Jane Parker), Generosidad, Misericordia y Piedad. Las ochos mujeres llevaban vestidos de encaje de punto milanés confeccionados con raso blanco, y todas lucían su nombre bordado en otro en el tocado, y gorros milaneses de oro con joyas incrustadas. A los pies de la fortaleza había más damas cuyos nombres eran Peligro, Desdén, Celos, Aspereza, Desprecio, Lengua Mordaz y Rareza, vestidas como mujeres indías (con gorros negros).



Luego entraron ochos caballeros ataviados con sombreros de paños de oro y grandes capas de raso azul. Se llamaban Amor, Nobleza, Juventud, Devoción, Leatad, Placer, Dulzura y Libertad. Este grupo, uno de cuyos miembros era el rey en persona, lo introdujo un hombre vestido de raso carmesí con llamas de oro. Su nombre era Deseo Ardiente (interpretado por William Cornish, quién monto el espectáculo) y las cortesanas se emocionaron tanto a causa de su aparición que quizá hubieran entregado el castillo, pero Desprecio y Desdén dijeron que defenderían la fortaleza.


Entonces empezó el simulacro de asedio:


Los señores corrieron hasta el castillo, momento en que se oyeron fuertes estampidos de armas de fuego, y las damas lo defendieron con agua de rosas y dulces. Los señores replicaron con dátiles, naranjas y otras frutas deliciosas y finalmente el castillo fue tomado. Lady Desprecio y sus compañeras huyeron. Entonces los señores tomaron las damas de la mano y las sacaron como prisioneras, llevándolas abajo y bailando con ellas, lo cual complació muchísimo a los invitados extranjeros. Cuando hubieron bailado lo suficiente, todos se quitaron las máscaras. Después de esto, hubo un suculento banquete.






Bibliografía:

Weir, Alison: Enrique VIII el rey y la corte, Círculo de Lectores, Barcelona, 2004.

Fotos de la serie "The Tudors", 1ª temporada - episódio 3.


lunes, 12 de octubre de 2009

Doña Sancha de Aragón, La cautiva de los Borgia: Cuarta Parte



La llegada de Sancha de Aragón no satisfizo en absoluto a Lucrecia Borgia. No veía con buenos ojos que esa dama fuera objeto de tantas atenciones. Su inquietud no pasó inadvertida ante todos: "Esta cosa ( la llegada de Sancha) comienza a poner celosa a la hija del Papa, Madona de Pesaro, y no le gusta nada", decían los malintecionados informadores. Es obvio que sintiera cierto temor a que la compararan con la princesa napolitana. Antes mismo que llegara a la corte, todos elegíaban la belleza y atributos de Sancha, logícamente era normal que Lucrecia padeciera esa desconfianza.

En la mañana del 20 de mayo de 1496, Lucrecia vistió sus mejores galas para dar la bienvenida a la nueva habitante del Vaticano, y no escatimó esfuerzos para lucir más atractiva que su cuñada. Su séquito fue muy selecto: las doce doncellas bien adornadas, los dos pajes con capas magníficas y caballos cubiertos con brocados de oro y rojo. Sancha de Aragón llegó hacia las diez de la mañana de mayo, con un cortejo real, animado por cuatro bufones del palacio y dos bufones adjuntos, montando un caballo con gualdrapas de terciopelo y raso negro, portaba además el traje típico de las mujeres casadas de Nápoles: negro y con grandes mangas. Lucrecia, con su corcel también adornado con gualdrapas de raso negro, fue a su encuentro, y las dos damas se saludaron con mucha solemnidad.



Supuesto retrato de Lucrecia Borgia en La disputa de Santa Catalina, de Bernardino di Betto Bardo il Pinturicchio. Sala de los Santos de los Apartamentos Borgia del Vaticano.




Inmediatamente, el cortejo siguió su recorrido. Lo precedía, cabalgando, Jofré, con su semblante divertido y petulante a la vez. Su largo cabello llamaba la atención con reflejos de color cobre, bien peinado, el rostro bronceado por el sol mediterráneo, ajustado en un coselete de raso negro. Entre la hija de Alejandro VI y el embajador español iba Sancha, bien pintada, que contemplaba la escena con cierta altivez y presunción. Se dice que hubo desilusión por parte de algunos asistentes; la creía más hermosa y más agraciada de lo que habían imaginado, pero no por ello el momento fue menos expectante.


Rodrigo Borgia esperaba ansioso la llegada de su nuera, con tal impaciencia ,que parecía un joven ilusionado ante la visita de su querida enamorada. Tras los póstigos de la ventana escrutaba la plaza, y sólo cuando divisó la cabalgata se puso en su sitio, rodeado de cardenales.





Transcurrieron algunos instantes, se percibió en la sala vecina el alboroto de las armas , el susurro y en andar de las damas, y finalmente entró Doña Sancha con sus modales atrevidos, encarando al Papa con su mirada desafiante. No parecía nada intimidada, su condición de hija y nieta de reyes se dejaba notar. A continuación, junto con su marido se arrodilló e inclinó la cabeza para besar el pie de Su Santidad. Enseguida, se dió paso a la cortejo femenino de la princesa napolitana que irrumpió en la sala para el besamano pontificial. Luego, todos ocuparon sus respectivos puestos, Jofré junto a su hermano César, y Sancha y Lucrecia sobre dos cojines de terciopelo rojo colocados sobre las gradas del trono pontificio. El Papa las observaba complacido y lleno de dicha.


Bibliografía:

Bellonci, María: Lucrecia Borgia, su vida y su tiempo, Editorial Renacimiento, México D.F., 1961.

lunes, 5 de octubre de 2009

La educación de Ana Bolena en los Países Bajos: Primera Parte



Retrato imaginario de Ana Bolena cuando era adolescente, tapa del libro "Ana Bolena, los años franceses" de Robin Maxwell.


Sabemos muy poco sobre los primeros años de vida de Ana Bolena. La incógnita ya comienza a la hora de situar su fecha y lugar de nacimiento; los historiadores no llegan a un consenso y hasta hoy siguen en debate. Según Antonia Fraser y Eric Ives, Ana había nacido hacia 1500 o 1501, probablemente en Blickling, Norfolk, donde sin duda pasó parte de su infancia.




Palacio de Blickling Hall, Norfolk


La primera vez que Ana abandonó las Islas Británicas fue en 1513, y permanecería alejada de su tierra durante casi nueve largos años. Su destino era la corte de los Habsburgo en Malinas, ubicada actualmente en la provincia de Amberes, en la región de Flandes (Bélgica). En este emplazamiento, Margarita de Austria gobernaba los Países Bajos como regente de su sobrino de trece años, Carlos de Borgoña (futuro emperador Carlos V). El cometido de Ana era unirse al séquito de damas de honor de la archiduquesa.



El futuro Emperador Carlos V cuando todavía era adolescente


La decisión de Thomas Bolena de enviar a su hija menor al cuidado de Margarita era claramente impulsada por su incuestionable potencial, pero incluso más por todas las oportunidades que conllevaría educarse en un entorno tan selecto. El lugar era muy propício ya que la regente no estaba criando a sus sobrinos de forma aislada. Para la nobleza europea era un momento ideal para buscar un puesto para sus vástagos en aquellas espléndida corte y proporcionales un amplio abanico de conocimientos, además del privilegio de ser instruídos al lado de los gobernantes de la futura generación. En ningún otro lugar un padre podría encontrar mejor comienzo para una futura dama de alta alcurnia, sin embargo, Sir Thomas Bolena aspiraba todavía a más.


Si su hija Ana aprendiera buenos modales y también un nivel aceptable de francés, seguramente tendría un porvenir como dama de Catalina de Aragón, facilitando el camino de la reina en la política exterior europea, donde el francés era el idioma diplomático. Lo que le dió a Thomas la oportunidad de colocar a Ana en un puesto tan ventajoso fue su destino como embajador en la misma corte de los Habsburgo en 1512. Como podemos observar, sus relaciones con Margarita de Austria era muy cordiales , ayudando que la regente aceptara de muy buen grado que ella se incorporara entre sus dieciocho filles d´honneur. Cuando Thomas Bolena regresó a Inglaterra a principios del verano de 1513, envió a su hija inmediatamente a los Países Bajos.

Las primeras impresiones de Margarita sobre Ana fueron muy buenas, y decidió escribirle una misiva a su padre para informarle de su llegada. En ella la regente relataba que la Petite Boulain era tan bien educada y agradable para su edad que ella estaba en deuda con él por mandarle a su hija.




Margarita de Austria, regente de los Países Bajos



Bibliografía:
Ives, Eric: The life and death of Anne Boleyn: "The most happy", Blackwell Publishing, 2004.

Warnicke, Retha M.: The rise and fall of Anne Boleyn: family politics at court of Henry VIII, Canto, Cambrige University Press, 1996.

Fraser, Antonia: Las seis esposas de Enrique VIII, Ediciones Web, Barcelona, 2007.