Los maridos de las damas de alta cuna eran elegidos por sus padres o otros parientes varones de la familia. Muy pocos hombres y mujeres tenían el previlegio de escoger sus propias parejas.
Los matrimonios eran concertados por razones políticas, para cimentar alianzas, unir riquezas, por tierras, status y para forjar lazos entre las dos familias. La idea de casarse por amor era considerada absurda y extraña.
Las bodas reales eran contratadas en vistas de las ventajas políticas, militares y comerciales. A veces sucedía que la pareja jamás se había visto hasta el mismo día de contraer matrimonio.
Los monarcas concertaban matrimonios con princesas de otras naciones para engrandecer sus poderes. Pero no siempre predominaban los intereses, a veces el amor rompía barreras. En el caso de Eduardo IV casado con Elizabeth Woodville, una plebeya, por amor, el escándalo se propagó por toda Europa. Ya cuando su nieto Enrique VIII contrajo matrimonio con cuatro mujeres que no eran de sangre real, semejante hecho pasó casi desapercibido. Lo que llamó más la atención es que Enrique se casó con la mayor parte de sus esposas por amor, totalmente fuera de las normas. Se podría decir, que de cierta forma había razones políticas en medio de tales uniones. Dentro de la corte existían diversas facciones que intentaban beneficiarse a través de los matrimonios de su monarca.
Los matrimonios eran concertados por razones políticas, para cimentar alianzas, unir riquezas, por tierras, status y para forjar lazos entre las dos familias. La idea de casarse por amor era considerada absurda y extraña.
Las bodas reales eran contratadas en vistas de las ventajas políticas, militares y comerciales. A veces sucedía que la pareja jamás se había visto hasta el mismo día de contraer matrimonio.
Los monarcas concertaban matrimonios con princesas de otras naciones para engrandecer sus poderes. Pero no siempre predominaban los intereses, a veces el amor rompía barreras. En el caso de Eduardo IV casado con Elizabeth Woodville, una plebeya, por amor, el escándalo se propagó por toda Europa. Ya cuando su nieto Enrique VIII contrajo matrimonio con cuatro mujeres que no eran de sangre real, semejante hecho pasó casi desapercibido. Lo que llamó más la atención es que Enrique se casó con la mayor parte de sus esposas por amor, totalmente fuera de las normas. Se podría decir, que de cierta forma había razones políticas en medio de tales uniones. Dentro de la corte existían diversas facciones que intentaban beneficiarse a través de los matrimonios de su monarca.
Normalmente las negociaciones para los matrimonios reales tardaban a menudo muchos años hasta que se finalizaban. Por lo general, comenzaban durante la infancia de uno o ambos contrayentes. El cortejo real consistía en cartas formales con declaraciones de amor, regalos simbólicos, generalmente joyas.
En la mayoria de los casos, debido a la gran distancia que los separaba, era imposible conocerse antes de casarse. Los reyes tenían que basarse en las descripciones de los embajadores y retratos pintados. A veces les causaba alguna que otra desilusión, como es el conocido caso de Ana de Clèves, 4ª esposa de Enrique VIII. Cuando el monarca vió su retrato le encantó, pero al conocerla en persona no fue de su agrado.
No existía una edad legal para los esponsales. El matrimonio entre niños no era algo desconocido. Fue el caso de Ricardo de Shrewsbury, duque de York (hijo de Eduardo IV) que a la corta edad de 4 años se casó con Ana de Mowbray de cinco.La edad habitual era catorce años. Nadie cuestionaba la procreción en tan temprana edad, ya que las expectativas de vida de una mujer en aquellos tiempos era alrededor de treinta años.
Matrimonios reales entre dos países fueron llamados precontratos y los términos y condiciones eran establecidos en un tratado formal. Los precontratos para el resto de la nobleza podrían ser escritos o verbales y ante testigos.La dote solía ser siempre lo más relevante. Podrían ser tierras, dinero, joyas, artículos de uso doméstico, o una combinación de todos ellos.El precontrato contenía una cláusula que anunciaba los términos y derechos de la novia, la cantidad resuelta por su marido o su padre para los gastos de subsistencia en caso de viudez.
La probabilidades de un buen matrimonio para una mujer dependía más de la riqueza y la posición social de su familia que en su belleza o logros (aunque tener digna apariencia y un comportamiento agradable nunca dejaban de ayudar!!).
En la mayoria de los casos, debido a la gran distancia que los separaba, era imposible conocerse antes de casarse. Los reyes tenían que basarse en las descripciones de los embajadores y retratos pintados. A veces les causaba alguna que otra desilusión, como es el conocido caso de Ana de Clèves, 4ª esposa de Enrique VIII. Cuando el monarca vió su retrato le encantó, pero al conocerla en persona no fue de su agrado.
No existía una edad legal para los esponsales. El matrimonio entre niños no era algo desconocido. Fue el caso de Ricardo de Shrewsbury, duque de York (hijo de Eduardo IV) que a la corta edad de 4 años se casó con Ana de Mowbray de cinco.La edad habitual era catorce años. Nadie cuestionaba la procreción en tan temprana edad, ya que las expectativas de vida de una mujer en aquellos tiempos era alrededor de treinta años.
Matrimonios reales entre dos países fueron llamados precontratos y los términos y condiciones eran establecidos en un tratado formal. Los precontratos para el resto de la nobleza podrían ser escritos o verbales y ante testigos.La dote solía ser siempre lo más relevante. Podrían ser tierras, dinero, joyas, artículos de uso doméstico, o una combinación de todos ellos.El precontrato contenía una cláusula que anunciaba los términos y derechos de la novia, la cantidad resuelta por su marido o su padre para los gastos de subsistencia en caso de viudez.
La probabilidades de un buen matrimonio para una mujer dependía más de la riqueza y la posición social de su familia que en su belleza o logros (aunque tener digna apariencia y un comportamiento agradable nunca dejaban de ayudar!!).
Fuentes Bibliográficas:
tudors.crispen.org/tudor_women/
Fraser, Antonia: Las seis esposas de Enrique VIII, Ediciones B (Grupo Zeta), Barcelona, 2007.
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