martes, 31 de marzo de 2009

El romance entre Ana Bolena y Henry Percy, 2ª Parte


El padre de Percy, el conde de Northumberland, mantuvo una larga conversación con el cardenal Wolsey mientras bebía una gran copa de vino, luego se dirigió a la galería y, sentándose en el banco de los servidores, habló a su hijo en presencia de éstos, diciéndole que era un presuntuoso, un alocado y un disipador. De acuerdo con lo hablado con Wolsey, le reprochó haber sido ingrato, desleal e imprudente; le acusó de haber arruinado su padre, a tal punto, que sólo podría salvarle la misericordia y la bondad casi divinas del rey.

Northumberland dio en seguida cuenta a los presentes de las prodigalidades a que, según él, se había entregado Percy, insinuando que, por fortuna, tenía otros hijos varones entre los que puedo elegir alguno que sepa portarse mejor que éste. Entre tanto - añadió volviéndose a los compañeros - , desearía que os comportarais como buenos amigos de Percy, reconviniéndole cuando veáis que falta algo. Con esto se despidió, diciendo al joven: ¡Y ahora a seguir sirviendo a Su Gracia, tu amo, y cumpliendo con tu deber!

En breve se avisó a la joven Ana Bolena que su prometido pensaba desposarse con Mary Talbot, hija del conde de Shrewsbury. Se decidió que Lord Percy se fuera de la corte para contraer matrimonio y que no volveriera nunca más a verse con su amada. El joven no tuvo más remedio que obedecer a su padre, y los esponsales se celebraron a comienzos de 1524.




Aquello fue un verdadero impacto para Ana, se sintió herida profundamente. Todos sus amigos sabían que ella se había entregado en cuerpo y alma a aquel galante caballero, que algún día sería el noble más poderosos del norte de Inglaterra y que ahora se le ordenaba a ella que abandonase la corte y se marchara a vivir con su padre una temporada.



Cualquier otra muchacha, atemorizada por la actitud de sus mayores, hubiese obedecido humildemente la orden sin rechistar, pero Ana poseía una personalidad fuerte y apasionada, y aquel desprecio la llenó de ira. Su amor se había partido en mil pedazos. Su orgullo herido. Su nombre puesto en evidencia. Ella creía que era Wolsey en vez de Enrique VIII quién había roto su romance. Ana aguardaría pacientemente hasta el día que pudiera venganse del cardenal por su interferencia

Su prometido fue menospreciado por Wolsey delante de numerosos testigos, todo aquello había repercutido dolorosamente en su sensibilidad, y en aquel momento dejó de ser niña para convertise en una mujer endurecida por la lucha y dispuesta a no olvidar jamás el sacrificio que la vida le había exigido, ni la desventaja que suponía tener por padre a un simple caballero, ni la la dominante fuerza de los mandatos del cardenal.

Ana pasó meses y meses en el castillo de Hever, intentando disminuir la ira que la atormentaba constantemente. Ella había entregado su corazón a un hombre que disponía casarse con otra mujer. Aquel sublime amor que sentía se había convertido en un amargo desdén; pero tanto como ella sufría su amado.






Se cuenta que aquel joven vivaracho y alegre, se había transformado en un hombre enfermo y aburrido. Con la muerte de su padre en 1527, Henry heredó una gran fortuna, convirtiéndose en el sexto conde de Northumberland, pero a su vez en el caballero más desgraciado de la faz tierra. El matrimonio de lord Percy con Lady Mary Talbot fue probablemente infeliz; según su esposa, su marido le dijo en 1532 que había un precontrato con Ana Bolena (lo que hubiese invalidado su propio matrimonio).

Como uno de los primeros condes del reino, Henry era miembro del jurado que condenó a Ana Bolena por adultério. Durante el juício de la reina en 1536, no importa que Percy jurara solemnemente en sentido contrario ante testigos, incluidos los arzobispos de Canterbury y York:"El mismo (el juramento) que sea para mi condena si existió alguna vez un contrato o promesa de matrimonio entre ella y yo.", declaró, y a continuación tomó el sacramento.


Esos tiempos turbulentos era muy diferentes de la época tranquila de comienzos de la segunda década del siglo XVI; el coqueteo con una bonita dama, acompañado tal vez de una promesa de matrimonio, se había transformado en algo más serio y que podía tener consecuencias bastante más alarmantes. Debemos perdonar a Percy por sus infames palabras bajo coacción, como muy probablemente lo fue.



El triste matrimonio de Henry Percy con Lady Mary Talbot no dejó descendencia. Percy moriría un año después de la ejecución de su querida Ana. Parte de sus posesiones fueron a parar a las manos de la corona, dejando a su viuda con una renta bastante reducida. En sus diez años como duque derrochó su herencia, gastándola con sus amigos y transfiriendo sus propiedades a otros individuos. Finalmente su legado lo heredó su sobrino Thomas Percy.


¿Hasta donde llegó en realidad el romance de Henry Percy y Ana Bolena?
En cuanto al tema de los precontratos, la apropiada consumación sexual significaba que un precontrato, o un compromiso formal, adquiría la validez plena de un matrimonio. Por otro lado, los besos apasionados, que llevaban a abrazos aún más apasionados, que conducían a lo que ahora se denomina juego previo y que cesaban ahí, no equivalían a un matrimonio. La virginidad técnica tenía suma importancia en aquella época. Dada la proximidad de los hombres y mujeres en la corte, que no eran supervisionados o protegidos como lo había sido una princesa real como Catalina de Aragón, realmente era difícil de afirmar con total certeza ciertos hechos. Al menos que un embarazo pusiera en evidencia la cuestión, era imposible asegurarse en un tema tan íntimo y personal.



Ana Bolena no quedó embarazada de lord Percy y posiblemente no consumó su relación. Sin embargo, es probable que avanzara mucho hacia la consumación y sin lugar a duda existió algun tipo de compromiso de matrimonio, ya que estuvo repleto de promesas y ilusiones de un futuro en común.


Bibliografía:


Fraser, Antonia: Las seis esposas de Enrique VIII, Ediciones Web, Barcelona, 2007
Hackett, Francis: Enrique VIII y sus seis mujeres, Editorial Juventud S.A., Barcelona, 1975.
Warnicke, Retha M.: The rise and fall of Anne Boleyn: family politics at court of Henry VIII, Canto, Cambrige University Press, 1996.


http://periodmovies.blogspot.com/2008/04/anne-of-thousand-days-1969.html , fotos de la película "Ana de los mil días" (1969).

martes, 24 de marzo de 2009

El romance entre Ana Bolena y Henry Percy: 1ª Parte

Henry Percy y Ana Bolena, escena de la película "Ana de los mil días" (1969)



Una de las primeras conquistas amorosas de Ana Bolena fue Henry Percy, perteneciente a la alta nobleza inglesa. Era el heredero de grandes propiedades de un nombre muy antiguo: su padre era el ilustre señor de las tierras de Norte conocido con Henry, "el Magnífico", conde de Northumberland.

En 1516, cuando el joven Percy tenía alrededor de catorce años, se había hablado de su compromiso con Lady Mary Talbot, la hija del conde de Shrewsbury, pero, al parecer, se habían abandonado las negociaciones.

Como solía ser habitual en la nobleza, el joven lord fue educado en el sur, en la opulenta casa del cardenal Wolsey. Lord Percy tendría por entonces veinte años, y cada vez que visitaba la corte real, se dirigía a la camara de la reina y allí se entretenía con las damas. Era un muchacho muy agradable, de gratos modales, vivaracho y animado en extremo.

Henry Percy pusó los ojos en Ana Bolena cuando ésta regresó de Francia en 1521.Su aventura amorosa tuvo lugar en el escenario de la casa de la reina Catalina de Aragón, donde encontró a la joven dama en su servicio. Lord Percy era uno de los partidos más atractivos de Inglaterra, mientras que Ana no era ninguna heredera.

Según George Cavendish, biógrafo del Cardenal Thomas Wolsey, Henry y Ana estaban profundamente enamorados y "creció tal amor entre ellos que al fin estuvieron asegurados juntos" (es decir, quedaron ligados por una promesa de matrimonio o un precontracto).




Ana Bolena

Henry Percy, Sexto Conde de Northumberland


Pronto el romance llegó a oídos de Enrique VIII, que se opuso a la unión de los dos enamorados. Parece improbable que en esa época estuviera interesado en Ana (1522 era demasiado pronto para ello), y para entonces el objeto de su afecto era su hermana, María Bolena. Tanto el monarca como el cardenal Wolsey eran contrarios a ese matrimonio, ya que estaban auspiciando que la joven Bolena se desposara con James Butler, unión que finalmente no se llevó a cabo.

Cierta noche, cuando Percy volvía con su señor de la Corte, se le avisó que el cardenal deseaba verle y le esperaba en la galería.Percy encontró a Wolsey rodeado de sus seguidores. Se le recibió en medio de un silencio glacial y desconcertante, y al fin el cardenal se volvió hacía él con un gesto de soberbio desdén, diciéndole:

-Me extrañan, y no poco, las pruebas de locura que estáis dando al enredaros con una chiquilla de la Corte llamada Ana Bolena. ¿Ignoráis, acaso, que Dios os ha traído al mundo para cumplir un destino? A la muerte de vuestro noble padre heredaréis uno de los títulos más altos del reino. Fuera, pues, lógico y conveniente en que, antes de dedicaros al amor, hubierais solicitado el consentimiento paterno y buscado la protección del rey, que os hubiera emparejado como corresponde a vuestro rango, con lo que hubierais crecido en conocimiento y noble cortesanía ante los ojos de Su Gracia, la que bien pronto os hubiera colmado de honores. En cambio, ahora...

Wolsey no terminó la frase, lanzando una mirada llena de desprecio sobre el muchacho, que inclinó avergonzado la cabeza.

-Considerad adónde os ha llevado vuestra obstinación - continuo después de una pausa - . No sólo habéis disgustado a vuestro padre, sino que habéis provocado el enojo de vuestro soberano y señor, al tal punto que ni el rey ni el duque se hallan dispuestos a pasar por alto vuestra conducta. Tengo el propósito - siguió con cauculada frialdad el cardenal - de haver venir a vuestro padre para que os obligue a romper las relaciones que habéis contraído y, en el caso de que os neguéis, os desherede.

Con labios trémulos, Percy esperó a que pasara la borrasca; pero Wolsey se mostró implacable.

-Hasta la Majestad del rey - le dijo - piensa quejarse de vuestra conducta y exigir a vuestro padre que obre como acabo de deciros. Su Alteza tiene destinada a Ana Bolena para otra persona, y ha resuelto el asunto con tan prudente acierto, que esa joven no dudará en aceptar y agradecer lo que su soberano le proponga.

La idea de que se pensaba ejercer presión sobre Ana alarmó profundamente al joven.

- Señor - exclamó llorando -, yo ignoraba cuáles eran, en este caso los deseos del rey, y lamento el...el... enojo de Su Alteza. Pensé que, habiendo llegafo a la edad indicada para ello, seríame permitido elegir a una esposa de mi gusto, seguro de que mi padre aprobaría más tarde mi elección. Cierto, señor, que se trata de una joven sencilla, cuyo padre no es más que caballero; pero es de un noble abolengo.

Percy cesó de llorar y, más seguro de sí continuó:

-Tiene sangre de los Norfolk por parte de su madre, y por la de su padre desciende de la familia de los Ormond, al punto que él es uno de los herederos del condado. ¿Por qué, entonces, estos escrúpulos? ¿Por qué esta oposición a que yo case con una joven cuya ascendencia es tan noble como la mía?

Y creyendo ganado el pleito, añadió:

-Os ruego con la mayor humildad me concedáis la gracia de vuestro apoyo y solicitéis de la Majestad del rey, con todo rendimiento, en nombre mío, que dé su aquiesciencia a un asunto que en modo alguno puedo yo abandonar.

El cardenal extendió los brazos llenos de asombro.

¿Habéis oído, señores? - dijo con sorna a sus acompañantes - .¿Os habéis dado cuenta de la conformidad que encierran las palabras de este joven?

Y apuntando a Percy, pronunció, con creciente furia:

-Yo creí que, no bien me hubierais oído hablar de los deseos y enojos del rey, os hubieses sometido, con todas las consecuencias de vuestros actos, a la voluntad de Su Alteza.

-Así lo haría, señor – dijo temblando el muchacho - , si ante los testigos de grande consideración yo no me hubiera comprometido en este asunto, al punto que no sé cómo podría someterme a vuetros mandatos sin perturbar mi conciencia.

Los párpados del cardenal se entreabrieron un instante para considerar la disculpa ofrecida. Luego, con la misma furia que antes, exclamó:

-Y qué? ¿Creéis, acaso, que el rey y yo ignoramos lo que debe hacerse en estos casos? Pues yo os garantizo que no es así. Pero...- añadió, nuevamente indignado – todo esto que decís es prueba de que no estáis dispuesto a someteros.

EL rostro de Percy asumió una expresión implorante.

Os aseguro, señor cardenal – contestó con acentos de desolada súplica - , que, si me lo permitís, estoy dispuesto a rendirme en absoluto a la Majestad del rey y a Vuestra Gracia en este asunto una vez mi conciencia queda descargada del peso de mi promesa.

El cardenal respiró con fuerza. ¡Había logrado domeñar la voluntad del mozo!

Si es así – dijo en tono mesurado - , mandaré venir a vuestro padre, y él y nosotros haremos cuanto sea preciso para evitar las consecuencias de vuestra precipitada locura de modo que Su Gracia juzgue más conveniente. Entre tanto os conmino, y en nombre del rey os ordeno, que os guardéis de buscar una vez siquiera la compañía de esa joven si no queréis incurrir en el profundo enojo de su Majestad.

Y haciendo un signo de cabeza a Percy, que se inclinó profundamente, el cardenal se retiró a su camara.
Cardenal Wolsey, aprox. 1520




Bibliografía:


Fraser, Antonia: Las seis esposas de Enrique VIII, Ediciones Web, Barcelona, 2007.


Hackett, Francis: Enrique VIII y sus seis mujeres, Editorial Juventud S.A., Barcelona, 1975.

domingo, 22 de marzo de 2009

La moda femenina en la corte de Enrique VIII: Los vestidos

La mayoría de los extranjeros opinaba que las mujeres inglesas vestían mal y sin recato, pero lo que vemos en los retratos induce a pensar que en Inglaterra los escotes no eran más bajos que en otras partes. Aunque es verdad que la moda inglesa iba a la par que el resto de Europa, las damas vestían suntuosamente y llevaban vestidos cuya confección requería como mínimo nueva metros de tela. En 1501 Catalina de Aragón presenta el verdugado (un tipo de saya acampanada) a la corte Inglesa, que añade más rigidez a la moda femenina y será un requisito necesario para todas las prendas de vestir del siglo.


Dos damas de la familia de Tomás Moro (1527-28)



La cola del vestido era larga y formaba una gaza en el extremo para que se viese la enagua o se llevaba sobre el brazo. Los corpiños eran muy ceñidos, tenían escotes amplios y cuadrados con ribetes de ofebrería o joyas y se estrechaban gradualmente hasta rematar en punta por detrás, donde se ataban los cordones. Los corsés con bisagras o "cuerpos" con varillas de metal cubiertos de terciopelo , cuero o seda, se introdujeron hacia 1530. En el decenio de 1540, el escote cuadrado empezó a retroceder ante el cuello alto. Las mujeres embarazadas llevaban corpiños con cordones delanteros que podían aflojarse a medida que transcurrían los meses y crecía la barriga.



En 1530 había aumentado el número de mujeres que usaban el verdugado y las faldas se hicieron más rígidas y más amplias, ahora de llevaban abiertas por delante para que se viese la enagua. Alrededor de la cintura las damas llevaban un ceñidor adornado con joyas del cual colgaba una cadena con un pomo perfumado. Las mangas iban aparte, en los primeros tiempos del reinado se ajustaban mucho la muñeca y su puños se adornaban con pieles y bordados. Con el tiempo se hicieron cada vez más recargadas, con mangas intercambiables debajo, anchas y acuchilladas, con bordes festoneados, y otra manga larga encima, vueltas hacia atrás para que pudiera verse la excelente tela o piel del forro. La mayoría de las mujeres usaban medias negras de estambre tejidas a mano y sujetadas por medio de ligas. La unica prenda interior era el vestido camisero.




La reina Catalina Parr, retrato de 1545 atribuido a Master John

La mayoría de las prendas de etiqueta las hacían sastres profesionales que trabajaban por encargo y utilizaban las telas y los adornos que suministraban los comerciantes de tejidos y complementos, que solían importar sus mercancías del extranjero. Generalmente eran más caras que las mejores prendas de diseño de hoy: el valor de un jubón o un vestido equivalía a los ingresos anuales de un trabajador no especializado.


Las telas más costosas y más buscadas eran las diversas clases de seda, terciopelo, damasco, brocado y raso, y el paño de oro y el de plata, que se tejían con urdimbres de metales preciosos, a veces con una trama de seda de color. Esos tejidos, que procedían principalmente de Venecia y Génova, solían llevar suntuosos estampados de granadas, alcachofas, piñas, capullos de rosa, y coronas que se hacían con tintes brillantes.

Bibliografía:

Weir, Alison: Enrique VIII, el rey y la corte, Círculo de Lectores, Barcelona, 2004.

http://www.historyonthenet.com/Tudors/tudor_costume.htm

http://www.pbs.org/wnet/sixwives/times/fashion.html

http://www.nehelenia-designs.com/Ye_Olde_Online_Shoppe/Renaissance/Tudor/tudor.html

domingo, 15 de marzo de 2009

El arte en la Corte de Enrique VIII: Las Miniaturas de Lucas Horenbout

Las miniaturas se dieron a conocer por primera vez en Inglaterra por Margarita de Valois, hermana de Francisco I, que envió a Enrique VIII en el otoño de 1526 tres retratos del monarca francés y sus hijos realizados por Jean Clouet, el pintor de la corte francesa. Esta nueva técnica artística la llamaban por entonces "Limning", la palabra "Miniatura" no se usó hasta el siglo XVII, y enseguida causó furor en la corte Tudor.

El arte de pintar miniaturas tenía sus orígenes en las intrincadas ilustraciones de los manuscritos iluminados, para las cuales se habían usado técnicas parecidas, y también en las medallas con retratos italianas. Los retratos circulares en miniatura habían aparecido en manuscritos y en documentos oficiales, pero ahora se hicieron populares por derecho propio. Solían montarse sobre cartulina rígida, pintarse con colores vivos sobre fondo azul con letras doradas y colocarse en un marco o estuche, tal vez hecho de oro o marfil. Eran muy caros y, por lo tanto, relativamente raros y muy apreciados.

Muchos de los manuscritos de los que se derivaban las miniaturas se producían en Gante y Brujas. Los iluminadores más célebres pertenecían a una familia llamada Horenbout (nombre que a veces se anglicaniza y se escribe Hornebolte en documentos oficiales), que se había establecido en Gante en 1414 y poco antes había trabajado para Margarita de Austria. Alrededor de 1524, tres de sus miembros, padre, hijo e hija llegaron a Inglaterra, probablemente invitados por Enrique VIII. Gerard Horenbout, el padre, había sido pintor de la corte de Flandes e ilustró manuscritos para el Cardenal Wolsey.

Su hija, Susana Horenbout, nacida en 1503, era también artista y se dice que pintaba miniaturas, aunque ahora no se puede identificar ninguna. Se casó con dos oficiales del reino y permaneció en Inglaterra hasta su muerte en 1545. Sin embargo, no existe ninguna prueba de sus actividades artísticas, y en las cuentas reales no hay constancia de ningún pago a su nombre.

El hijo, Lucas Horenbout ( Aprox.1490-95-1544) había aprendido el oficio en el taller de su padre. En 1512 se habia convertido en miembro del Gremio de Pintores en Gante. En Septiembre de 1525 en nombre de Lucas aparece por primera vez en las cuentas reales al serle concedia una generosa pensión vitalicia de 33 libras y 6 chelines (9900 libras) al año, prueba de la gran estima que el rey tenía por su talento. Lucas Horenbout fue el primer retratista importantes de la reinado, el artista que perfeccionó y popularizó el arte de pintar miniaturas en Inglaterra y que con ello creó moda que duraría siglos.

Al parecer, el trabajo de Lucas como iluminador impresionó al rey, que le encargó que pintase miniaturas siguiendo el estilo de Clouet. Lucas cumplió en encargo con habilidad y delicadeza. En 1527 Enrique pudo devolver el gesto que Margarita de Valois había tenido un año antes y le envió retratos miniaturas suyos y de su hija, María, probablemente pintados por Lucas, que en 1528 fue ascendido al puesto de “Pintor del Rey".


La princesa María Tudor, futura María I, aprox. 1525-29

Hasta hace escasamente poco tiempo, la obra de Lucas Horenbout gozó de escaso reconocimiento, ahora se han identificado como suyas al menos diecisiete miniaturas importantes, que datan en su mayoría de 1526-1535: hay cinco retratos de Enrique VIII, tres de Catalina de Aragón, dos de forma probablemente erronea se identifican como de Ana Bolena, y estudios del duque de Suffolk, la princesa María, Carlos V, Henry Fitzroy, Jane Seymour, el príncipe Eduardo y Catalina Parr. También se ha sugerido que otros trece retratos de cuerpo entero salidos de su taller y de calidad inferior, entre ellos los de Enrique V, Eduardo IV, Enrique VIII, Jane Seymour y el príncipe Eduardo proceden de su estudio. También se dice que Horenbout pintó un retrato de William Carey, esposo de María Bolena.


Catalina de Aragón, aprox. 1525-26

Poco sabemos de la colleción de miniaturas de Enrique VIII. Al igual que su hija Elizabeth I, es probable que la guardara en su aposentos privados. El rey usaba las miniaturas como instrumentos diplomáticos y las daba a sus cortesanos como señal de gran favor. Jane Seymour llevaría una miniatura suya colgada al cuello por medio de una cadena. Aquello resultaba demasiado visible para su señora, la reina Ana Bolena, que enfadada, se la arrancó.


Enrique VIII, aprox. 1525-27


Bibliografía:

Weir, Alison: Enrique VIII, el rey y la corte, Círculo de Lectores, Barcelona, 2004.

lunes, 9 de marzo de 2009

Ana de Bretaña, Duquesa titular de Bretaña y dos veces Reina de Francia


La duquesa Ana, entre su Santas Patronas, extraído del Gran Libro de las Horas de Ana de Bretaña.

Ana nació en el castillo de Nantes un 25 de enero de 1477, fue la única hija de Margarita de Foix y Francisco II, último Duque independiente de Bretaña antes de ser incorporada a Francia. Durante su infancia tuvo el previlegio de ser educada por los mejores perceptores, y se destacó en música, historia y matemáticas. Siendo aún una niña, Francia empezó a luchar por anexionarse al ducado de Bretaña como un territorio más. El pequeño reino bretón se defendió con exito a los constantes avances de Luis XI, el monarca francés. Duquesa de Bretaña a los 11 años por la muerte de su padre, su adolescencia y juventud se vieron marcadas por la traición de los nobles bretones y la ambición de los monarcas franceses que se querían apropiar del Ducado.

Una de las primeras medidas necesarias era asegurar una marido a la joven duquesa, preferiblemente anti-frances y suficientemente poderoso para mantener la independencia de Bretaña. Maximiliano I de Austria fue considerado el candidato idonea para Ana. La boda por poderes con Maximiliano, que tuvo lugar en Rennes el 19 de diciembre de 1490, le concedió el título de Emperatriz del Sacro Imperio Romano. Sin embargo, esta unión fue una afrenta a Francia, poniendo su codiciada Bretaña en manos de su enemigo.


El rey Carlos VIII de Francia envió sus tropas contra Bretaña y sometió a una gran parte de sus ciudades. Los bretones suplicaron a su Duquesa que anulase su compromiso con el Emperador y consintiera unirse en matrimonio al rey de Francia que también había solicitado su mano. Después de conocerlo en la villa de Rennes, la duquesa de Bretaña acepta su proposición de matrimonio conforme el Tratado de Laval. El 6 de diciembre de 1491, con casi quince años,se casó en el Castillo Real de Langeais con el rey Carlos VIII. Ana firmó un pacto por el que, en caso de no tener ningún hijo, debía casarse con el siguiente heredero al trono francés.


Boda entre Carlos VIII y Ana de Bretaña, pintura de Saint Evre Guillot

Esta unión empezó con mal pié: Ana que no estaba contenta con su compromiso, trajo entre su mobiliario dos camas, pero no por ello dejaron de engendrar varios hijos. Ana fue coronada Reina de Francia en Saint Denis el 08 de febrero de 1492, sin embargo, su marido le prohibió que usará el título de Duquesa de Bretaña, incrementando la tensión entre ellos. Cuando Carlos luchó en la guerra de Italia, la regencia fue parar a las manos de su hermana, Ana de Beaujeu. Más adelante se le otorgaría los títulos de Reina de Sicília y Jerusalén por la conquista de Nápoles por Carlos VIII.

Ana tuvo cuatro hijos, pero todos ellos murieron a muy temprana edad. Ellos fueron:

Carlos Rolando de Valois (1492-1495); Delfín
Carlos de Valois (1496); Delfín
Francisco de Valois (1497-1498); Delfín
Ana de Valois (1498)

Entretanto, Carlos VIII falleció en 1498 en raras circunstancias. Según se cuenta, mientras jugaba al tenis en Amboise, se dió un golpe en la cabeza con el marco de una puerta. Horas más tarde, entró en coma, y después murió. El sucesor de Carlos VIII sería su propio tío,el duque de Orleans, que reinaría como Luis XII.



Carlos VIII de Francia

Fallecido su marido, restauraron las prerrogativas de Ana como Duquesa-soberana-independiente de Bretaña. Dos días después, la ex-reina de Francia tomaba las riendas del gobierno y restablecía la Cancillería de Bretaña. Pero Luis XII no quería perder el codiciado Ducado. Mismo estando ya casado con su sobrina Juana, hermana del difunto Carlos, pero siendo viuda la duquesa de Bretaña se corría el riesgo de que independizase de nuevo sus tierras, así que Luís repudia a su primera esposa para contraer segundas núpcias con Ana y conservar el ducado.

Esta nueva boda se celebró en Nantes un 8 de enero de 1499. Si en su primer matrimonio llegó al altar como una duquesa vencida, que casa con el vencedor para evitar males mayores a su pueblo, en su segundo lo hizo como una soberana independiente que acepta entregarse libremente al rey de Francia, pero conservando todos los derechos y libertades de su patria. Aunque su nuevo marido tuviera poderes sobre Bretaña, Luís sería apenas el duque consorte. Ana sería reconocida legalmente como Duquesa títular de Bretaña, ejerciendo pleno derecho de sus funciones.

De su feliz matrimonio con Luis XII tuvieron dos hijas:

Claudia de Valois (1499-1524), que fue reina consorte de Francisco I de Francia.

Renata de Valois (1510 - 1575), que fue su heredera y contrajo matrimonio con Hércules II de Este, duque de Ferrara, y se convirtió en duquesa de Chartres.



Ana de Bretaña, miniatura de Jean Pérreal, 1508


Tras una grave enfermedad, Luis XII hace un testamento en el cual rompe el compromiso de Claudia con Carlos de Habsburgo y ordena la unión con Francisco de Angulema, futuro rey galo Francisco I. Ana busca como guardar la independencia de su tierra y parte en un extenso peregrinaje de su ducado. Trata de disuadir al rey y se encuentra con una negación categórica. Luis XII le gana la partida a su esposa reuniendo a los Estados Generales, quienes dan la aprobación de la boda de Claudia con Francisco. Ana solo logra agregar una cláusula al contrato: que si les nace un hijo o hija, ella se reserva la posibilidad de disponer del ducado a su favor.

Agotada después de engendrar y perder muchos hijos, la salud de Ana de Bretaña comenzó a deteriorarse. Sus relaciones con Luisa de Saboya, madre del futuro Francisco I, eran tensas y estaba segura que sus hijos habían muerto porque ella les había echado mal de ojo. Finalmente la reina Ana falleció el 09 de enero de 1514 sabiendo que el hijo de su enemiga heredaría no sólo Francia, sino también su amada Bretaña.



Luis XII,de marrón, y la reina, sentada en el suelo con su hija Claudia.



Bibliografía:

http://en.wikipedia.org/wiki/Anne_of_Brittany

http://en.wikipedia.org/wiki/Charles_VIII_of_France

http://www.poblet-pviana.com

http://es.wikipedia.org/wiki/Ana_de_Breta%C3%B1a

http://www.cecilgoitia.com.ar

Kent, Princesa Michael: Diana de Poitiers y Catalina Medicis, rivales por el amor de un rey del Renacimiento, La Esfera de los Libros, Madrid, 2005.

sábado, 7 de marzo de 2009

Juana I de Castilla, "Loca de Amor":Tercera Parte

Familia del Emperador Maximiliano I por Bernhard Strigel (1460 - 1528)
Fila de atrás: Maximiliano I, Felipe I, Juana de Castilla
Fila de enfrente: Fernando, Carlos, Eleonor



De pronto, llegarían malas notícias procedentes de España, que cambiarian por completo el destino de Juana. El 26 de noviembre de 1504 fallecia la reina Isabel. Ese hecho convertía automáticamente a Juana en Reina de Castilla. Felipe el Hermoso ya no era sólo conde de Flandes y archiduque de Autria, a partir de entonces sería considerado Rey Consorte de Castilla. Pero la incapacidad de la nueva soberana española para gobernar, daba más protagonismo a Felipe,de hecho, se podía decir que era el auténtico monarca de los reinos castellanos.

Su madre, la reina Isabel, murió con una gran angustia en el pecho, de ver como aquel mal se estaba apoderando de su hija. Le preocupaba el problema sucesorio que dejaba su muerte. No quería que fuera Felipe, su yerno, sino Fernando, su marido, el que gobernara, para que Juana se dejara llevar por los consejos de su padre. Fernando el Católico ocuparía la Regencia Castilla como Gobernador del Reino, en nombre de Juana, hasta que su nieto Carlos cumpliera veinte años.



El testamento de Isabel la Católica, Eduardo Rosales, 1864, Museo del Prado.



Pero el marido de Juana, el archiduque Felipe no estaba por la labor de renunciar al poder y en la concordia de Salamanca (1505) se acordó el gobierno conjunto de Felipe, Fernando el Católico y la propia Juana. Todo aquello se reflejaría en la vida de nuestra insólita pareja. En aquella época, encontramos un nuevo acercamiento entre Juana y Felipe, ya no son meros rumores, hay pruebas que comprueban tales especulaciones. Sólo hay que observar que a los nueve meses la nueva reina de Castilla daba a luz a una niña, el 15 de septiembre de 1505, y a la que se pondría el nombre de María. Pero pasados esos días de arrebatos de pasión, debido a las "buenas nuevas políticas", el archiduque volvió a sus andadas, dejando de cumplir con sus deberes conyugales, tan desesperadamente solicitados por la "terrible" Juana.

Debido a las crisis de la archiduquesa, Felipe llegó a encerrarla en su cuarto, de forma que empezó a conocer lo que era una verdadera prisión. Juana como protesta, se recusaba a comer, declarando una huelga de hambre. Sin embargo, su lucha no terminaba así, utilizaba otras armas, como las súplicas, gritos, bastonazos contra la puerta y cartas encendidas de amor a su marido. En ocasiones lograba su objetivo, consiguiendo que Felipe volviese al lecho conyugal. Pero aquella situación no podía prolongarse demasiado. En realidad, Felipe fue distanciándose cada día más, atendiendo a los problemas de Estado, distrayéndose con la caza o aventurándose en nuevas relaciones amorosas. Juana, observando lo que le rodeaba, se hundía en una profunda depresión, se encerraba en un cuarto oscuro sin querer ver a nadie, totalmente abatida.


El 07 de Enero de 1506, la flota flamenca, com los nuevos Reyes de Castilla, embarcó rumbo a España. Dejaron atrás cuatro de sus hijos: Leonor, Carlos, Isabel y María. El otro infante, Fernando, esperaba a sus padres en tierras castellanas. Después de una travesía marítima complicada y arriesgada, permaneciendo en Inglaterra durante tres largos meses, llegaron finalmente el 26 de abril a La Coruña. La llegada de los reyes provocó el definitivo enfrentamiento entre Felipe (apoyado por la nobleza castellana) y Fernando, siendo una de las causas la pretendida locura de Juana esgrimida por el Hermoso para hacerse con la regencia. Fernando abandonó Castilla y dejó libre el camino a su yerno.Felipe fue proclamado entonces Rey de Castilla en las Cortes de Valladolid con el nombre de Felipe I.


Bibliografía:

Fernández Álvarez, Manuel: Juana la Loca, La Cautiva de Tordesillas, Espasa-Calpe, Madrid, 2001.

http://es.wikipedia.org/wiki/Juana_I_de_Castilla

lunes, 2 de marzo de 2009

Carta de amor de la Reina Catalina Howard a Thomas Culpeper



Esta es una única carta que se conserva atribuída a Catalina Howard, quinta esposa de Enrique VIII.Fue escrita en la primavera de 1541 a su supuesto amante, Thomas Culpeper, ocho meses después de haber contraído matrimonio con en monarca inglés. La joven Catalina estaba profundamente enamorada de ese distinguido caballero. Lady Jane Bolena (viuda de Jorge Bolena) deseosa de halagar y distraer a su señora, no tuvo reparos en proporcionar a la reina ocasión de entrar en unas relaciones para las que su corazón se hallaba muy dispuesto. La dama de compañía, aprovechando su natural aptitud para el alcahueteo, se dedicó a preparar entrevistas para la enamorada pareja. El ambicioso Culpeper, objeto de aquella regía adoración, no se dejó convencer en un principio; pero al fin triunfó el cariño que él también sentía por Catalina. Las entrevistas celebradas fueron de una intensidad y un nerviosismo extremos .

Después de la caída en desgracia de Catalina, Culpeper fue uno de los hombres acusados de cometer adulterio con la reina. Aquello era considerado traición, y Culpeper fue ejecutado (junto a Francis Dereham, que fue amante de Catalina antes que llegara a la corte). Culpeper trató de salvarse a si mismo diciendo que se había citado con Catalina únicamente porque la joven reina estaba "muriendo de amor por él", y no dejaba que abandonara la relación. Catalina, por su lado, alegó lo contrario, dijo a sus interrogadores que él pedia incesantemente encontrarse con ella, y sentía demasiado miedo para negarse. Sin embargo, la carta expone claramente la versión de los hechos contados por Culpeper.

Catalina no recibió la misma educación que las otras esposas de Enrique VIII, aunque su mera capacidad de leer y escribir era lo suficientemente impresionante para la época. Se transcribe aquí como originalmente escrito, y los errores gramaticales son de la propia Catalina.



Master Culpeper,

Os ruego- le decía- que me enviéis a decir cómo os encontráis.

Me dijeron que estabais enfermo, y jamás he deseado cosa alguna tanto como veros.

Mi corazón muere sólo de pensar que no puede permanecer para siempre en vuestra compañía.

Venid cuando esté aquí Lady Rochford, pues así me será más fácil estar a vuestras órdenes.

Os agradezco que hayáis prometido ayudar a ese pobre, mi criado, ya que, si él se marchare, no me atrevería a enviaros recado con ningún otro.

Os ruego le deis un caballo, pues yo no he podido conseguir uno para él; por lo tanto, mandadme uno para él; y con esto me despido, esperando veros de aquí a poco.

Ojalá estuviera yo ahora con vos, para que vierais el trabajo que me cuesta escribiros.

Vuestra mientras dure la vida,
Catalina


Olvidaba deciros una cosa, y es que habléis a mi criado y le mandéis que se quede aquí, pues dice que hará lo que vos le ordenéis.




Antes de morir en el cadalso el 13 de febrero de 1542, Catalina pronunció unas emotivas palabras:

"¡Hermanos! Os juro por el viaje que ahora mismo he de emprender que yo no he faltado al rey. Ahora bien, es cierto que antes de que el rey se fijase en mí yo amaba a Culpeper, ¡y ojalá hubiese accedido a lo que él me rogaba que hiciera!, pues cuando el rey quiso hacerme suya, Culpeper quería que yo dijese que estaba comprometida a él. Si lo hubiera hecho, no moriría ahora de esta muerte, ni tampoco él habría perecido. Más me hubiese valido tenerle por esposo que se dueña del mundo; pero el ansia de grandeza me cegó, y puesto que la culpa es mía, justo es que también lo sea el sufrimiento. Mi mayor dolor es que Culpeper haya tenido que morir por mi causa."

Bibliografía:
Hackett, Francis: Enrique VIII y sus seis mujeres, Editorial Juventud S.A., Barcelona, 1975.


http://gen.culpepper.com/historical/howard/letter.htm