martes, 23 de noviembre de 2010

El destino de Francia cobra un giro inesperado


Tratado de las virtudes cardinales en el que vemos a Luisa de Saboya representando la Prudencia, alrededor de 1510, pintura sobre pergamino.


El entorno de Luisa comenzó a murmurar que la joven viuda se había entregado a los devaneos del amor. El objeto de sus atenciones era su propio chambelán. El caballero en cuestión, era demasiado alegre, demasiado galante, insinuante y flexible, para no ser considerado peligroso. Además, el experto y amable gentilhombre ya no era ningún joven soñador en la flor de la edad, se conoce que rondaba los cuarenta años. Tenía por costumbre entrar y salir a su antojo de la residencia de la condesa de Angulema, una conducta obviamente sospechosa. Pero, ¿de verdad Luisa había sucumbido a una arrolladora pasión? El Mariscal Gié, consejero de Luis de Orleans, así lo creía y convino que lo mejor sería desterrarlo.



Pierre de Rohan, el Mariscal Gié (1451-1513). Retrato del siglo XIX


Más muertes irrumpieron en la vida de Luisa. En 1497, fallecía su suegra y poco tiempo después su padre. A partir de entonces, gozaría de más libertad para regir el destino de su hijo Francisco. Cuando se trataba de su "César" era su devota y enérgica protectora.

Tal vez fuera por razones de luto que Luisa permaneció alejada de la corte. Durante aquellos años, Ana de Bretaña dio a luz innumeras veces, y su esposo, Carlos VIII, se dedicaba a embellecer Amboise. Felizmente, la guerra con Nápoles había llegado a su fin, resultando ser un tremendo fracaso. En 1495, conquistó Nápoles pero pronto toda Italia se unió contra el invasor francés, obligándolo a retirarse. El pequeño rey estaba triste por lo sucedido, sin embargo, se distraía decorando sus jardines de inspiración napolitana. Sus naranjos florecían. Las ramas de sus perales doblábanse cargadas de fruto. Los artesanos italianos trabajaban el cuero, fabricaban perfumes, daban vida al alabastro. Mientras vivía inmersos en sus quehaceres, su esposa, Ana de Bretaña, luchaba para darle un heredero.




Presentación del Manuscrito al Rey. Chronique d'Amboise (La Crónica de Amboise). Posiblemente ejecutado en el taller de Jean Perréal. Finales del siglo XV. El autor se arrodilla para presentar su trabajo a Carlos VIII, quien es acompañado por dos cortesanos, uno de ellos es un halconero. En el fondo, vislumbramos el valle del Loira, donde destaca el castillo de Amboise.


El monarca francés estaba siempre atareado, asistía a justas y torneos, engrandecía sus posesiones, recibía embajadores
y escuchaba reclamaciones, mientras la idea de reconquistar Nápoles no desaparecía ni por un segundo de su mente. Pero un desgraciado accidente cambió bruscamente el rumbo de los acontecimientos.

Un día de verano de 1498, Carlos VIII escoltaba a su mujer, que quería ver un partido de tenis que se jugaba en el foso, y al atravesar una puerta baja para meterse en una especie de granero, en el que había una galería que daba a la parte superior, desde donde se apreciaba mejor el juego, el monarca se dio un golpe en la cabeza contra el marco. Aún tuvo las suficientes fuerzas para subir a la reina, y luego repentinamente sufrió un síncope.


Carlos VIII y Ana de Bretaña


Trajeron un viejo colchón y lo colocaron allí, a espera de una posible reanimación. Lo tuvieron en esas condiciones desde las dos de la tarde hasta las once de la noche, hora en la que dejó este mundo, después de haber vuelto en sí una o dos veces. No obstante, se baraja la idea que de en realidad fue envenenado. Tras hacerle la autopsia, se dijo que no había fallecido a consecuencia del golpe y se supo que había tomado una naranja poco antes del accidente. El fruto, al parecer, se lo habían enviado de Italia, de modo que circuló el rumor de que había muerto envenenado.


Luisa, con sus hijos, se encontraba en Cognac cuando ocurrió aquella desgracia. Su vida daba entonces un giro totalmente inesperado. Ana de Bretaña había tenido cuatro hijos varones y todos ellos habían muerto. Aquello era el final de la dinastía de Luis XI. El heredero sería, nada más nada menos que Luis de Orleans, a quien, a los catorce años, habían obligado a casarse con Juana de Valois, la hermana de Carlos VIII.

A diferencia de la atractiva Ana de Beaujeu, se dice que esta hija de Luis XI tenía el alma de una santa y el cuerpo de un monstruo. Cuentan que se le diagnosticó raquitismo y escoliosis, deformación de la columna vertebral y desarrollo desigual de los miembros inferiores y de la pelvis y una debilidad ósea generalizada. Cuenta la leyenda que su padre, Luis XI, la consideraba tan fea que la niña tenía que esconderse tras un biombo siempre que él entraba allí donde ella se encontraba.


Juana de Valois (1464-1505), duquesa de Berry


Luis, el duque de Orleans, veía sus esperanzas colmadas. Finalmente, había logrado ser rey de Francia, recibiendo el título de Luis XII. Su enlace sin sucesión con la princesa Juana dejaba vía libre para el heredero de Luisa de Saboya. El destino volvía a sonreír a la condesa viuda de Angulema. Francisco era ahora delfín, y Luisa podía dar gracias a Dios de que estuviera todavía bajo su cuidado.



Bibliografía:


Hackett, Francis: Francisco I, rey de Francia, Editorial Planeta de Agostini, Barcelona, 1995.


Kent, Princesa Michael: Diana de Poitiers y Catalina Medicis, rivales por el amor de un rey del Renacimiento, La Esfera de los Libros, Madrid, 2005.

http://alaintruong.canalblog.com/archives/arts_anciens/p30-0.html

http://www.kimiko1.com/research-16th/TudorMen/1490/index.html

http://es.wikipedia.org/wiki/Santa_Juana_de_Valois

lunes, 15 de noviembre de 2010

Los archiduques de Austria atraviesan Francia (1ª parte)


Juana es nombrada heredera

Tras decidir que Juana y su marido Felipe el Hermoso iban a ser sus sucesores, los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, se apresuraron en llamar a los archiduques de Austria a España. A la infanta se le otorgaría el incuestionable título de heredera de los reinos de Castilla y Aragón. Pero antes de tomar tan ardua decisión, los monarcas e
spañoles tuvieron que sufrir una desgracia detrás de otra. La muerte de su único heredero varón, el príncipe Juan, a la edad de diecinueve años, fue un golpe muy duro, difícil de sobrellevar. Sin embargo, todavía los reyes tenían esperanzas que el retoño de la infanta Isabel, el príncipe Miguel de Portugal, pudiera sucederlos en el trono. Desgraciadamente, todo fue en vano, ya que el 20 de julio de 1500, a punto de cumplir dos años, falleció el niño.

La idea que Felipe el Hermoso gobernara sus reinos no agradaba mucho a los Reyes Católicos. No obstante, la ley sucesoria hacía Juana prince
sa y eso no se podía cambiar. El archiduque de Austria era un príncipe demasiado lejano y con intereses diversos en sus territorios patrimoniales, con frecuencia opuestos entre el legado borgoñón y los dominios de los Habsburgo que un día pasarían a sus manos, y que rara vez concordaban con las pretensiones de los hispanos. Mas existía algo más en su forma de actuar que enojaba a los españoles: su declarada tendencia francófila.

El pacto con el rey de Francia

Atribuido al Maestro de las Escenas de David en el Breviario Grimani, Libro de las horas de Juana de Castilla. Hacia 1500. Tinta sobre pergamino.


Convencido de la necesidad de mantener buenas relaciones con el país galo, Felipe el Hermoso decidió partir para España sin que el viaje provocara especiales recelos
en el rey de Francia. Al principio, pretendían emprender el largo recorrido por mar, aunque rápidamente accedió a la invitación de Luis XII de Francia, quien garantizaba el viaje a través de su territorio. La travesía sería mucho más lenta, pero más segura que exponerse a las adversidades de la mar. Además, no se quería ofender a los franceses con un rechazo que podría entenderse como un gesto hostil.

Luis XII empezaba a aplicar sus maniobras políticas. Había que darse prisa para promover un acuerdo con Maximiliano de Austria. Rápidamente, firmó un tratado de amistad con el padre de Felipe el Hermoso y quiso también atraer el archiduque para ratif
icar el acuerdo, no obstante, su propósito lógicamente también era debilitar a España. A mediados de septiembre de 1501, un enviado del monarca francés dio garantías de la buena marcha de la expedición a través de suelo galo, para lo que Luis XII ponía a entera disponsición de Felipe "cuatrocientas lanzas".


Luis XII de Francia

Aunque no todo fue un camino de rosas. Ir recorriendo los territorios franceses conllevaba quedarse a la merced del soberano galo y tardar semanas en alcanzar la frontera española, empleando un tiempo y un dinero desnecesarios. Por lo tanto, si tenemos en cuenta la parafernalia que acompañaba a los archiduques de Austria durante cada viaje que emprendían, nos daremos cuenta que los gastos era mucho mayores que en barco. Necesitaban una interminable caravana de carros y animales de carga para portar los enser
es y el séquito.

Asimismo, el aumentar las jornadas de camino crecía también la partida destinada a la manutención, con lo que el gasto de multiplicaba. No obstante, la rapidez, economía e independencia no fueron motivos suficientes para decantarse por la mar; ni siquiera influyeron los deseos de los Reyes Católicos, que les disgustaba profundamente que su heredera y su esposo estuvieran sometidos al rey de Francia.


Felipe el Hermoso


Una espléndida comitiva

Después de haber dejado a sus hijos, Leonor, Carlos y la recién nacida Isabel, en Malinas a cargo de Ana de Borgoña, señora de Ravestein, y de haber nombrado al conde de Nassau lugarteniente general y principal gobernador en su ausencia, el 4 de noviembre de 1501 Felipe el Hermoso partió de Bruselas al frente de una impresionante comitiva. La integraban sus principales: François de Busleyden, arzobispo de Besançon; Henri de Berghes, obispo de Cambrai y canciller de la Orden de Toisón de Oro; su hermano, Jean de Berghes, primer chamberlán; Jean de Luxemburgo, señor de Ville, segunda chambelán; y Philibert de Veyre entre otros.

Doña Juana también estaba rodeada de muchas personas preeminentes, entre las cuales no podrían faltar la poderosa Jeanne de Comines, dama de Halewijn, que encabezaba su séquito de "treinta a cuarenta" mujeres, todas del "país de monseñor el archiduque", a las que había que añadir a las españolas, de las cuales, aun siendo seguramente más, el cronista menciona a siete: María de Aragón, hija del condestable de Navarra; María Manrique, hija del señor de Bardizcar; María Manuel, hija de don Juan Manuel, Blanca Manrique, sobrina del duque de Nájera; Beatriz de Bobadilla, sobrina de la marquesa de Moya, y Aldara de Portugal, bisnieta del infante don Dinis de Portugal, damas que había ido con Doña Juana en 1496 y entonces emprendían el viaje de vuelta.



Extrato de la obra "La Virgen entre las Vírgenes " del pintor flamenco Gerard David. Hacía 1509


Continuará...


Bibliografía:

Zalama, Miguel Á. Juana I. Arte, poder y cultura en torno a una reina que no gobernó. Centro de Estudios Europa Hispánica, 2010.

http://www.carlosadeva.com/retratos%20y%20personajes.html

http://www.kimiko1.com/research-16th/TudorWomen/1500/index.html

sábado, 6 de noviembre de 2010

Carlos II, el ansiado príncipe de España


Mariana de Austria, reina de España. Obra de Diego Velázquez. Hacia 1652.


En noviembre de 1661 la monarquía española estaba ansiosa de que el embarazo de la reina Mariana de Austria llegara a buen término. Había mucha expectación si alumbraría o no un hijo varón, ya que acababa de morir el príncipe Felipe Próspero sin llegar a cumplir los cuatro años, y con él se había ido también, la esperanza de que Felipe IV diera continuidad a la dinastía. Sucesión había, aunque las dos infantas, María Teresa y Margarita, contaban muy poco para las maniobras del propio monarca y sus consejeros de Estado. Asimismo, había que hacer frente a ciertos rumores malintencionados que señalaban que el embarazo de la reina se produjo en la última cópula matrimonial lograda por Felipe IV, quien a estas alturas de su vida era un viejo lleno de achaques de muy diversa índole, incluidos los de tipo venéreo, consecuencia de sus escarceos amorosos.

La reina estaba aprensiva a igual que su esposo. Había sido educada, desde su primera infancia, en las políticas de Estado, y siempre supo lo que significaba la herencia dinástica. Por eso entendía el dolor de Felipe IV al presenciar que sus esperanzas se desvanecían después de la muerte prematura de Felipe Próspero, ocurrida el día de todos los Santos de 1661. El tierno infante, no era sino el último episodio mortal de una sucesión larga de ellos. De hecho, Mariana había sufrido una trágica experiencia maternal

Apenas contaba con quince años cuando tuvo que abandonar su Viena natal para trasladarse a Madrid y contraer matrimonio con su propio tío, el rey de España, hermano de su madre, la emperatriz María. Además, al ser hija de una infanta española, se daba por hecho que conocía la lengua y los usos cortesanos propios de su nuevo reino. El matrimonio se celebró en 1649, los propios contrayentes no vieron mal alguno en cuanto al parentesco que los unía. Cabe mencionar que la diferencia de edad también era un hecho notable ya que les separaba veintinueve años. El rey entonces contaba con cuarenta y cuatro años.


El infante Felipe Próspero (1657-1661). Obra de Velazquez. Hacía 1559


Finalmente, llegó el esperado domingo, 6 de noviembre, y todo parecía preparado para el ansiado alumbramiento. Los doctores y médicos, sobre aviso; el confesor de la reina cerca de ella y el mayordomo de su Casa repasando con todo cuidado la disposición de los enseres de la cámara del natalicio. Para garantizar que todo transcurriera bien se habían dispuesto en orden todas las santas reliquias que se encontraban en el palacio y otras traídas desde El Escorial y otras partes. Todo estaba, por lo tanto, a punto para recibir el nuevo retoño real.

A mediodía, tras un almuerzo moderado, Felipe se retiró a sus aposentos. A la misma hora la reina sintió molestias y se dirigió hacia su cuarto. La comadre Inés de Ayala y el protomédico de la Real Cámara, don Andrés Ordoñez, testigos ambos en 1634 del nacimiento en Viena de aquella reina, la asistían ahora en su sexto parto, el más anhelado de todos. Mariana de Austria tenía, entonces, veintisiete años. Para la alegría de todos, la soberana dio a luz a un varón en la pieza de la torre del Alcázar madrileño, las crónicas de la época aseguran que no hubo contratiempo alguno.


El rey Felipe IV


Según el documento oficial de la Gaceta, "vio la luz de este mundo un príncipe hermosísimo de facciones, cabeza grande, pelo negro y algo abultado de carnes". Sin embargo, por los mentideros de Madrid y de la corte empezaban a circular rumores que retrataban al heredero de forma muy distinta. En realidad, pese a las alentadoras proclamaciones oficiales, lo cierto era que la salud del heredero dejaba mucho que desear. Todos los datos que poseemos acerca de los primeros años de vida del príncipe Carlos coinciden en señalar la escasa salud de la criatura y los problemas permanentes que su crianza supuso. Incluso, circularon absurdos cotilleos por las cortes europeas que en vez de niño había nacido niña.




El futuro Carlos II


La falta de vitalidad del príncipe, fruto del abuso de los matrimonios endogámicos, llevó a que se extremasen los cuidados sobre su persona. Aquejado de raquitismo e invadido por una extrema debilidad, su pobre salud y aspecto fueron pronto objeto de burla en sátiras y coplillas populares.

Aquel niño fue recibido con mucha alegría. En efecto, a las tres de la tarde, cuando la noticia ya se había propagado por todos los rincones, un Felipe IV, pálido, sobrio y elegantemente vestido de negro terciopelo, salía de su cámara y, "acompañado del Nuncio, Grandes y Embajadores", se dirigía hacia la capilla de palacio con todas las etiquetas cortesanas. Allí, el cortejo real presidido por el monarca cantó un solemne Te Deum, comenzando así los festejos que, en honor de aquel príncipe de España, ocuparon todo aque mes de noviembre de 1661. Felipe IV volvía a recobrar el optimismo y la confianza. Por otro lado, intentaba no mostrarse demasiado radiante, la etiqueta española le imponía contener sus emociones.

Por todas las partes se celebraron solemnidades religiosas, se cantaron más te deums en acción de gracias y se invocó la protección divina para el recién nacido. También se festejó el acontecimiento con luminarias y corridas de toros, que eran los regocijos populares habituales en estas ocasiones. Mientras el pueblo estaba inmersos en las festividades, cientos de adivinos y astrólogos divulgaban sus presagios. Declaraban que el príncipe efectivamente llegaría a ser Rey. Las cartas astrales jugaban mucho a su favor: Saturno era el planeta que enviaban sus mayores efluvios, un astro que se encontraba en el horizonte de la corte de España, próximo a Mercurio y muy cerca del Sol. Todo avecinaba un futuro próspero, y más aún por su emblemática fecha de nacimiento, día 6 de noviembre, ya que este número era símbolo de "tantas y tan raras excelencias".


Carlos II niño a caballo. Obra de Sebastián de Herrera Barnuevo. Hacia 1670.



Bibliografía:

Conteras, Jaime: Carlos II el Hechizado. Poder y melancolía en la Corte del Último Austria. Temas de Hoy, 2003.

Calvo Poyato, José: Carlos II el Hechizado y su época. Colección memoria de la historia, Editorial Planeta, 1991.

Ribot, Luis: Carlos II: El rey y su entorno cortesano. Centro de Estudios Europa Hispánica, 2009.

La entrada de hoy es mi pequeño homenaje para conmemorar el 349 aniversario del nacimiento del último monarca de la Casa de Austria, Carlos II, conocido como "el Hechizado". El artífice de esta iniciativa es CAROLVS, mi estimado compañero de la blogosfera y autor del blog Reinado de Carlos II. Les recomiendo encarecidamente que lo visiten.