En la oscuridad del bosque el joven caballero oyó el rumor de la fuente mucho antes de alcanzar a ver el resplandor de la luna reflejado en la superficie e serena. Estaba a punto de acercarse a ella, ansiando sumergir la cabeza, beber de aquel frescor, cuando de repente se le paró la respiración al percibir una forma oscura que se movía allí abajo, dentro del agua. En el profundo seno de la fuente se discernía una sombra verdosa, algo parecido a un pez enorme, algo semejante a un cuerpo ahogado. Entonces la sombra se movío y se irguió, y el caballero vio lo que era: una mujer, temible en su desnudez que estaba bañándose. Cuando se incorporó y el agua le resbaló por los costados, su piel brilló más blanca que el blanco de la gran taza de mármol, y su cabello, negro como una sombra.
Es Melusina, la diosa, del agua, que se encuentra en cascadas y manantiales escondidos de cualquier bosque de la cristiandad. Un hombre puede amarla si le guarda el secreto y la deja a solas cuando ella desea bañarse, y ella puede amarlo a su vez hasta que él incumpla su palabra, cosas que los hombres hacen siempre, y lo arrastre a las profundidades con su cola de pez, y transforme su sangre desleal en agua.
La tragedia de Melusina, sea cual sea la lengua que la narre, es que un hombre siempre le prometerá hacer más de lo que es capaz de hacer a una mujer a la que no puede entender.
Melusina le prometió que iría con él y que sería su esposa, le prometió que lo haría tan feliz como podría hacerlo cualquier mujer mortal, le hizo además una promesa que reprimiría su lado indómito, su naturaleza semejante a las mareas, que seria para el una esposa normal, una mujer de la que pudiera enorgullecerse, si él a cambio le permitía disponer de un poco de tiempo durante el cual pudiera volver a ser ella misma, durante el cual pudiera regresar a su elemento líquido, durante el cual pudiera desprenderse de toda pesadez que implica ser mujer y ser una vez más, sólo durante un rato una diosa del agua.
Sabía que ser una mujer mortal es doloroso para el alma y también para los pies. Era consciente que tendría necesidad de estar a solas en el agua, debajo del agua, dejando que formara pequeños remolinos en su cola de escamas. Él le juró que le daría todo, todo lo que quisiera, como hacen siempre los hombres. Y ella confió en él sin querer, como hacen siempre las mujeres namoradas.
Acordaron entonces que ella caminaría con los pies durante un mes seguido, que luego podría irse a su aposento privado, llenar
Una gran bañera de agua y, tan solo por una noche, volver a ser pez. Y asi vivieron muchos años siendo muy felices. porque él la amaba y comprendía que una mujer no puede vivir siempre como un hombre. Entendía que ella no siempre podía pensar como pensaba él, andar como andaba él, respirar el mismo aire que respiraba él. Ella seria siempre un ser distinto, escucharía una música distinta, oiría un sonido distinto, conocería un elemento distinto.
Comprendía que ella necesitaba pasar tiempo a solas. Comprendía que ella tenia que cerrar los ojos,sumergirse bajo la brillante superficie del agua, agitar la cola , respirar por las branquias y olvidar las alegrías y las penas de ser esposa...solo un rato, solo una vez al mes. Juntos tuvieron hijos que crecieron con belleza y salud, él gano en prosperidad y el castillo en que vivían se hizo famoso por sus riquezas y por su elegancia. También se hizo famoso por la gran belleza y dulzura de la mujer, y acudían visitantes llegados de tierras muy lejanas para ver el castillo, al señor mismo y a la bella y misteriosa dama que estaba casada con él.
El esposo mortal que tenía Melusina la amaba, pero no acababa de entenderla. No comprendía su naturaleza y no estaba contento de vivir con una mujer que para él era un misterio. Permitió que un invitado lo persuadiera de espiar sus movimientos. Se ocultó detras de las colgaduras de su cuarto de baño y la vio nadar bajo el agua, vio horrorizado cómo brillaban, ondulantes, sus escamas, descubrió su secreto: que aunque ella lo amara, aunque lo quisiera de verdad, seguía siendo mitad mujer mitad pez. Él no podía soportar lo que ella era y ella no podia evitar ser lo que era. Así que él la dejó' porque en el fondo de su alma temía que fuera una mujer de naturaleza dividida...y no se dio cuenta de que todas las mujeres son criaturas que poseen una naturaleza dividida. No podia soportar que guardara un secreto, en que tuviera una vida que permanecia oculta para él. De hecho, no podia tolerar la verdad de que Melusina era una mujer que conocía las profundidades desconocidas, que nadaba en ellas.
Pobre Melusina, que se esforzó tanto por ser una buena esposa, que tuvo que dejar a un hombre que la amaba y regresar al agua porque la tierra le resultaba demasiado dura. Al igual que muchas mujeres, no consiguió coincidir exactamente con el punto de vista de su marido. Le dolían los pies, no podia caminar por la senda que su esposo había escogido. Intentó bailar a fin de complacerlo, pero no pudo evitar el dolor.
La sensación que sintió su marido cuando la vio con el agua resbalándole por las escamas y la cabeza sumergida en la bañera que habia
Constr especialmente para ella, pensando que le gustaría lavarse, no transformarse en pez, experimento ese instante dd revulsión que algunos hombre sienten cuando comprenden, quizá por primera vez, que una mujer ciertamente es otra, que no es un niño aunque no sea débil como un niño, que no es una necia aunque él la haya visto temblar de emoción como los necios, que no es una persona malvada por su capacidad de guardar rencor ni tampoco una santa por sus arrebatos de generosidad.Ella no posee ninguna de esas cualidades masculinas. Lo que vio él era un ser mitad pez, pero lo que lo aterrorizó profundamente fue el ser una mujer.
Melusina, la mujer que no pudo olvidar que en parte estaba hecha para el agua, dejó a sus hijos con su esposo y se fue con sus hijas. Los chicos crecieron y se hicieron hombres, se convirtieron en los duques de Borgoña, gobernantes de la cristiandad. Las chicas heredaron la visión de su madre y el don de conocer lo desconocido. Ella nunca volvió a ver a su esposo, nunca dejó de extrañarlo, pero él, en la hora de su muerte la oyó cantar una canción. Entonces supo, tal
Como ella había sabido siempre, que no importa que una esposa sea mitad pez y el esposo sea totalmente mortal. Si hay suficiente amor, no hay nada, ni siquiera la naturaleza, ni siquiera la muerte misma, que pueda interponerse entre dos seres que se aman.
CUENTO copilado de la novela LA REINA BLANCA (The White Queen) de Philippa Gregory. Todos los derechos reservados.