miércoles, 30 de septiembre de 2009

Doña Sancha de Aragón, la cautiva de los Borgia: Tercera Parte

En el Castelnuevo en Nápoles, Sancha de Aragón y Jofre Borgia fueron formando una corte mixta, en las que se seguía las reglas de etiqueta y caballería españolas, pero gozando de la libertad y del avance de la sociedad italiana. No faltaban secretarios, ayudantes de cámara,damas de compañía, pajes, lacayos, sirvientes, etc. que estuvieran pendientes del bienestar de sus señores, los Príncipes de Squillace. Digamos que el palacio se hallaba bien servido y abastecido.

Sin embargo, de repente llegaron unas notícias no muy placenteras a los oídos de Su Santidad, cosas graves acerca de los desórdenes morales y materiales del palacio napolitano. Alejandro VI, alarmado por la situación y por las calumnías que circulaban sobre su hijo y nuera, envió a Nápoles unos breves papales que acusaban a Sancha de recibir caballeros en sus aposentos, auxiliada en estos encuentros por sus doncellas, que por su parte no parecían modelo de decencia; toda la corte, además, era difamada de indisciplina y de costumbres corrompidas y licenciosas. El sequito napolitano, logícamente se sintió muy ofendido ante aquellas molestas acusaciones , y se reunió rapidamente en consejo bajo la autoridad de maese Antonio Gurrea, el mayordomo.


Los cortesanos a servicio de los príncipes de Squillace, sin mucha tardanza formaron una alianza defensiva: y por encima de todo, por fidelidad a su señora, juraron que en la cámara de ella nadie había visto entrar más hombres que aquel "maese Cecco, acompañador de Sancha, un hombre anciano y honrado, que pasa de los sesenta años". Y continuaba atestiguando sobre las "doncellas y mujeres honestas y buenas" las cuales, como todo los nobles, aportaba a sus amos "ese honor y reverencia como si fuesen el S. Príncipe el rey, y la Princesa la reina".





Esclarecido el tema, y oída la opinión de cada uno, maese Antonio Gurrea, tomando un folio de grandes dimensiones escribió su testimonio detallado, añadiendo lo del "perfecto gobierno de la casa" que siempre fue, estuviese seguro el Papa, y era " al presente tan bueno que ni mejor ni mayor podría ser" y declarando que si alguién dijera lo contrario sería "un vil y mal hombre, digno de gran castigo". Basándose en esas informaciones, todos los caballeros relataron su testimonio de propia mano, afrentando al malintencionado informador. A continuación, el capellán Don Giovanni Murria lo corroboró todo. Este escrito reunido el 17 de junio de 1494, fue mandado urgentemente a Roma para tranquilizar a Alejandro VI, y archivado donde hasta hoy permaneció escondido.


Si el Papa creyó vehemente en aquél documento que exhaltaba la dignidad de Sancha, nunca lo sabremos. Para aquel entonces,Rodrigo Borgia tenía en mente otras preocupaciones que le afligían, más importantes que la conducta de su nuera napolitana. Pero más adelante, Su Santidad no pudo evitar saciar su curiosidad por contemplar de cerca la abrumadora belleza de Sancha que tanta fama le había proporcionado. Así que solicitó la presencia de Jofré y su nuera en Roma. Podemos decir que semejante petición no agradó demasiado a los Reyes de Nápoles, temerosos de la inconstancia política de Alejandro VI. En un princípio de estableció la morada de los Príncipes de Squillace en Nápoles, aunque Jofré fuese de Roma. No obstante no les quedó más remedio que cumplir las órdenes del Papa, y en la primavera de 1495, los jóvenes príncipes partieron hacía Roma.





En los frescos de los aposentos de los Borgia en el Vaticano se encuentra la obra "La Disputa de Santa Catalina" de Pinturicchio (1492-94) donde podemos contemplar a varios miembros de esta controvertida familia. En este fragmento, vemos a Sancha de Aragón (a la izquierda) acompañada de su esposo Jofré Borgia. Este es el único posible retrato suyo.


Bibliografía:

Bellonci, María: Lucrecia Borgia, su vida y su tiempo, Editorial Renacimiento, México D.F., 1961.

domingo, 20 de septiembre de 2009

¿Enrique VIII era sifilítico?


La familia de Enrique VIII (1572), pintado en la Era Isabelina por Lucas Heere. Este lienzo anacrónico muestra al monarca, sus tres hijos y el marido de María Tudor, Felipe II de España, al lado de figuras mitológicas.


A lo largo de los siglos se propagó la idea que Enrique VIII era sifilítico;¿ pero realmente podemos corroborar que padeció esta enfermedad? Este hecho se ha alegado para explicar las taras y defectos de su descendencia, sin embargo, nada ha sido probado con total seguridad.

Fue un tal doctor Currie quién, en 1888, elaboro una teoría de una supuesta enfermedad venérea, teoría que más adelante apareció en el periódico "British Medical Journal" en un artículo titulado "Algunos lechos de muerte reales" de 1910. En él se reflejaba la imagen de un mísero soberano moribundo, convertido en "una masa de nausebundas dolencias" y purulentas llagas" que exhalaba una insoportable "pestilencia". La segunda y más conocida de tales versiones populares encuentra su origen en la obra de MacLauran De Mortuis, que salió a la luz en 1930, que se apoya en gran parte en la errónea afirmación de Pollard de que Catalina parió nueve veces y no siete como se pretende. Desde entonces, la cuestión ha quedado zanjada del todo por la obra de J. F. D. Shrewsbury Enrique VIII, un estudio médico.


El autor del ensayo clínico indica que de los seis partos de Catalina de Aragon, un varón sobrevivió por espacio de cincuenta y dos días y María Tudor vivió hasta los 42 años. Tan vasta mortalidad ha de atribuirse "más probable a las circunstancias de la época que a un estigma de la estirpe". Por otro lado, Enrique contrajo matrimonio con Catalina cuando contaba con dieciocho años, edad en la que era un joven que derrochaba salud y vitalidad. Si de verdad hubiese contraído la sífilis, semejante afección se hubiera dejado notar en su figura, ya que la denominada entonces "viruela grande" o viruela francesa", era una espantosa dolencia que hizo su aparición en Europa en 1493, probablemente originaría del Nuevo Continente, y los repulsivos síntomas que la acompañaban no podían pasar desapercibidos.

Si hubiera padecido la enfermedad de verdad, los enemigos políticos de Enrique no hubiesen dudado en aprovecharse de la información para calumniarlo ante todos. Si Catalina de Aragón hubiese contraído la dolencia, hubiera sido rapidamente alejada de la corte. Ella falleció a consecuencia de una trombosis coronaria, empeorada, probablemente, por el disgusto y la serie de humillaciones que tuvo que hacer frente, y cuando los médicos procedieron a realizar la autopsia de su cuerpo, nada anormal encontraron, a excepción de su corazón, "negruzco y deforme".

Tampoco en ninguno de sus vástagos podemos contemplar señales de enfermedades venéreas. María I era corta de vista, pero no sorda; su voz era un tanto bronca y hombruna, su semblante apenado y en sus ojos se reflejaba un atismo de temor; tampoco pudo engendrar hijos. María posiblemente sufrio una serie de falsos embarazos; su vientre aumentaba de volumen, sin embargo, el alumbramiento no llegaba, por lo que los médicos atribuyeron la inflamación del vientre a una hidropesía, vulgar retención de líquidos. No obstante, ninguno de estos defectos era resultado de una sífilis hereditaria.

El hombro derecho de Eduardo VI era un poco más alto que el izquierdo, de modo que su anomalía comprimía todos los órganos de ese costado. Murió a los dieciséis años de un tumor pulmonar, agravado por la toma de medicamentos contraproducentes. Elizabeth I vivió hasta los sesenta y nueve años, una edad bastante avanzada para los cánones de la época. Estuvo en el poder durante cuarenta y cinco años ; su reinado sería recordado como un de los más gloriosos de Inglaterra. Sin embargo, se cuenta que podría haber tenido alguna deformidad sexual, que no la hacía apta para el matrimonio. Henry Fitzroy, duque de Richmond, lo consideraban un muchacho muy apuesto, desgraciadamente la tisis acabó con su sobresaliente trayectoria a los diecisiete años de edad.

No puede afirmarse que desde el punto de vista biológico la descendencia de Enrique VIII había sido un logro, pero nada prueba que a partir de 1530 y en los años sucesivos, una enfermedad sifilítica o degenerativa hubiese deteriorado su estirpe. De hecho, Enrique había alcanzado por aquel entonces la cúspide del poder y en 1544 era todavía capaz de emprender una campaña, montando a caballo desde Calais hasta Boulogne. En el siguiente año se dedicó a "la caza de faisanes con halcón". Su mente tampoco se percibió afectada. En su lecho de muerte, su lúcido cerebro le permitió todavía examinar personalmente todas las pruebas de la traición cometida por Norfolk y Surrey y subrayar los pasajes más significativos del texto incriminatorio.

Más que a la sífilis, la causa de su muerte hay que atribuirla al mal de gota hereditario y a las copiosas comilonas. El primer síntoma grave de esta dolencia empezó a ser evidente hacía el año 1537, cuando exhibía "una dolorida pierna que ni el más mísero de los hombre quisiera para sí". Se trataba de una úlcera o cavidad ocluida, debido a "cristales de biorita sódica en el tejido corpóreo, que fueron posiblemente los que provocaron una entumescencia junto a la artículación y cuya erupción se translucía en un agudo dolor. Acompañado a un aumento de la presión sanguínea y molestias renales, el mal de gota nos proporciona una explicación de por qué el soberano, ya en su edad madura y no antes, como se ha pretendido, pasó a ser "de joven príncipe a déspota celoso, suspicaz y solitario, sin que haya necesidad de inventar ninguna enfermedad degenerativa, mental y moral, de la que no existe el menor asomo de evidencia, ni necesidad de sugerir una ulterior repercusión nerviosa producto de la sífilis para explicar tales rasgos". Shrewsbury concluye: "Nadie puede afirmar con certeza que Enrique VIII padeciera la sífilis ni tampoco puede nadie irrogarse el derecho de acusarle de contraer y transmitir a sabiendas la enfermedad sin antes presentar pruebas mucho más categóricas de las hasta aquí aducidas".

Bibliografía:

Bowle, John: Enrique VIII, Editorial Grijalbo S.A., Barcelona, 1970.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Elizabeth Woodville, madre de los Príncipes de la Torre:Tercera Parte


El bautismo de la recién nacida princesa de la casa de York fue celebrado con mucha opulencia, a pesar de la decepción inicial por su sexo. El bebe recibiría el nombre de Elizabeth, en homenaje a su madre, este hecho prueba que el rey Eduardo se inclinaba más en favor de su esposa que por su progenitora, la altiva Cecily, duquesa de York.

Elizabeth, aprovechando su posición como soberana de Inglaterra,como era de esperar, concedió muchos favores a su familia y planificó una serie de matrimonios ventajosos que beneficiaron enormente sus intereses. Para ello, no le importó unir parejas de lo más disparatadas. Por ejemplo, lo más desesperante fue cuando su joven hermano John Woodville, de 20 años de edad, se casó con Catherine Neville, duquesa viuda de Norfolk. Catherine era viuda tres veces y contaba con 64 años de edad, pero aún derrochaba mucha vitalidad. La reina también unió a su hermana, Catherine Woodville, de 18 años, con Henry Stafford, 2° duque de Buckingham, de 12 años.

Richard Neville, conde de Warwick, estaba realmente ofendido con el monarca por haberle ocultado su matrimonio durante varios meses. Su plan de casar al rey con un princesa francesa había sido del todo saboteado y semejante afrenta no la olvidaría así tan fácil. Pero existía algo que lo afligía todavía más. Por aquel entonces, Eduardo IV lanzó varios insultos a su hija mayor, Isabella, quién se había transformado en una auténtica beldad. Tanta ingratitud y falta de decoro no hizó más que enfurecer al conde, le parecía muy mal por su parte que después de 5 años sirviéndole como primer ministro profanara esas injurias contra la mayor de su hijas.Warwick seguramente alentaba esperanzas, en un futuro próximo, casarla con el mismísimo rey . Claro que dicho propósito se vió entorpecido por la inesperada unión de Eduardo con Elizabeth Woodville; y ahora no le quedaba otro remedio que entregar a Isabella en matrimonio al duque de Clarence, un de los hermanos de Su Majestad.



George Plantagenet, duque de Clarence



Más adelante, cuando los familiares de Elizabeth, en especial su hermano, Anthony Woodville, conde de Rivers, empezó a eclipsar al conde de Warwick en la política inglesa, éste último se volvio en contra del rey y con la ayuda de George Plantagenet, su cuñado, decidió reunir un ejército para atacar a Eduardo IV.

La principal parte del ejército del rey (sin Eduardo) fue derrotado en la batalla de Edgecote Moor, y Eduardo fue posteriormente capturado en Olney. Las fuerzas de Warwick arrestaron al padre de Elizabeth Woodville, Richard Woodville, y también a su hermano John Woodville después de la batalla en Chepstow e hizo que los decapitasen en Kenilworth el 12 de agosto de 1469 acusados de cargos falsos. Warwick intentó entonces gobernar en nombre de Eduardo, pero la nobleza se mostró impaciente. Con la emergencia de una rebelión, Warwick se vio obligado a liberar a Eduardo. Eduardo no buscó destruir a Warwick ni a Clarence, sino que buscó reconciliarse con ellos. Sin embargo, poco después Warwick y Clarence se rebelaron de nuevo.

Después de una insurrección fallida en 1470, Warwick y Clarence se vieron obligados a huir a Francia. Allí buscaron el apoyo de Margaret de Anjou, formando una alianza para restaurar a su marido y anterior monarca, Enrique VI, nuevamente en el trono, y para fomentar el pacto, otra de las hijas de Warwick, Anne, contrajo matrimonio con el hijo de Margaret, Edward de Lancáster, príncipe de Gales.



Margaret de Anjou, esposa del destronado rey Enrique VI


Margaret insistió después que Warnick regresará a Inglaterra para demostrar su valía. Así fue como succedió, y Enrique VI fue restaurado brevemente en el trono el 03 de octubre de 1470. Después de lo ocurrido,Eduardo IV se refugió en Borgoña. Los gobernantes de ese reino eran su cuñado, Carlos el Temerario y su hermana Margaret de York. A pesar del hecho de que Carlos no estaba al principio muy dispuesto a ayudar a Eduardo, los franceses declararon la guerra a Borgoña y de esta manera Carlos se decidió ayudarlo, y allí reunió un ejército para recuperar su corona.

Cuando regresó a Inglaterra con una fuerza relativamente pequeña, evitó ser capturado por fuerzas potencialmente hostiles afirmando su reclamación. La ciudad de York sin embargo, le cerró sus puertas, pero conforme marchó hacia el sur comenzó a reunir apoyo, y Clarence (que se había dado cuenta de que su fortuna sería mejor siendo hermano de un rey que bajo el mando de Enrique VI) se unió a él.

Mientras duró esta serie de rebeliones, Elizabeth, nuestra protagonista, se refugió con sus tres hijas, Elizabeth, Mary y Cecily, y su madre Jacquetta, en Westminster, pero no en su propio palacio y sí en el sombrío y austero edifício llamado "Santuario". En este lugar deprimente, el 01 de noviembre de 1470, el ansiado heredero varón nació. El joven principito fue bautizado con Eduardo (futuro Eduardo V) en la misma Abadía, poco tiempo después de venir al mundo. La celebración carecía de toda pompa, como si el niño fuera vástago de un simple campesino.


Londres finalmente abrió las puertas a Eduardo IV, quién fue apresuradamente hasta el Santuario abrazar a su esposa y a su hijo recién nacido. La misma mañana de este alegre reencuentro, Elizabeth, acompañada por su leal rey, se marcharon del palacio de Westminster, retirándose a la Torre de Londres, mientras su marido iba a la guerra. Eduardo derrotó a Warwick en la batalla de Barnet. Con Warwick muerto, eliminó la resistencia Lancáster que quedaba en la batalla de Tewkesbury en 1471. Después de la derrota definitiva de los Láncaster (1470) y del asesinato de Enrique VI y su hijo Edward, príncipe de Gales, a manos de los yorkistas (1471), Eduardo IV es coronado rey.


Ilustracción de la batalla de Barnet (1471), a la izquierda observamos montado a caballo a Eduardo IV, que arroja su lanza contra el conde de Warwick.



Bibliografía:

http://en.wikipedia.org/wiki/Battle_of_Barnet

http://es.wikipedia.org/wiki/Eduardo_IV_de_Inglaterra

http://es.wikipedia.org/wiki/Isabel_Woodville

http://en.wikipedia.org/wiki/Elizabeth_Woodville

http://en.wikipedia.org/wiki/Richard_Neville,_16th_Earl_of_Warwick

http://en.wikipedia.org/wiki/Margaret_of_Anjou

http://www.luminarium.org/encyclopedia/woodville.htm


jueves, 10 de septiembre de 2009

Sellos con estampas de los Tudor



Que no penséis que me he olvidado de Los Tudor ni por un instante... Actualmente me estoy adentrando en desvelar misterios de otras dinastías, pero Enrique VIII y sus allegados siempre tendrán un espacio reservado en mi humilde corte. En breve habrá un post sobre su famoso encuentro diplomático con el rey de Francia, Francisco I.


Os traigo hoy una increíble colección de seis sellos creados por Gail Armstrong para Guernsey Post para celebrar los 500 años de la coronación de nuestro legendario monarca. Las ilustraciones reflejan a Enrique como un gran príncipe renacentista de su tiempo y también todos los acontecimientos claves que marcaron su controvertido reinado.

En los sellos podréis observar:

-Enrique en sus años jovenes mientras se preparaba y estudiaba para ser uno de los grandes reyes de Inglaterra. Vemos que hace alusión a su gusto por los libros, la música, el tenis y la cacería.
-Su coronación junto a Catalina de Aragón.
-Enrique se reune con Francisco I en el Campo de la Tela de Oro.
-Cardinal Wolsey regalando el palacio de Hampton Court a Enrique.
-Enrique baila con Ana Bolena mientras la reina Catalina contempla la escena desde un segundo plano.
-Enrique observa la embarcación que construyó para ser su buque insignia, el "Mary Rose",hundirse.

Para más información: http://www.creativematch.co.uk/viewNews/?97644,
http://www.guernseystamps.com/shop/productdetails.aspx?ProductId=1094&SKU=



Aparte de todo esto, añado también un video, en el que el guía Brett Dolman utiliza ocho retratos de sus seis esposas e hijas, reunidos en una exposición titulada "Henry Women" en el palacio de Hampton Court (publiqué algo a respecto en el pasado mes de mayo), para contarnos brevemente la historia de Enrique VIII y sus seis consortes de una forma amena y muy instructiva.




lunes, 7 de septiembre de 2009

Doña Sancha de Aragón, la cautiva de los Borgia: Segunda Parte

Jofré Borgia fue al encuentro de su prometida. Su apostura y gentiles modales causaron una buena impresión en la casa real napolitana, incluso a Sancha le pareció un jovencísimo caballero muy agradable. El hijo de Alejandro VI recibió elogios de toda la corte, además, su esmerada educación, no tenía nada que envidiar a los otros príncipes renacentistas del momento.


El 07 de mayo de 1494, Jofré acudió al Castel Nuovo en vistas de su inminente enlace. Se hallaba presente el rey, el príncipe Federico tío de la novia, el cardenal de Monreal, doce mujeres y doncellas de Sancha, y algunos miembros de la nobleza.

Fernando Dixer, el tutor de Jofré, colmó a la joven pareja de exquisitos regalos: collares de perlas perfectas, un dije con rubíes, diamantes y gruesas perlas ovaladas, y una fila de sortijas, catorce, de diamantes, rubíes y turquesas, de piedras preciosas de todas clases; y también, piezas de brocado de oro, de terciopelo y de seda, y ornamentos elegidos por especialistas. Sancha no pudo evitar observar maravillada aquellos preciosos obsequios que hicieron avivar en ella un estado de ánimo alegre y optimista. Nada podría satisfacerle tanto como presentarse adecuadamente en una fiesta y ser objeto de las más bellas alabanzas. Sabía que las celebraciones eran una parte indispensable de la vida cortesana, y en breve presenciaría la coronación de su própio padre.

Vistas de la ciudad de Nápoles

Al día siguiente, el rey Alfonso recibió oficialmente una digna coronación en nombre del Papa. Dicho acontecimiento no defraudó a los allí presentes, deslumbrando a todos con su fastuosidad. Alfonso II de Nápoles fue ungido y coronado rey en el obispado, con toda solemnidad y todos los ritos correspondientes. El nuevo soberano aprovechó en momento para conceder favores a los nobles más destacados del reino. Al finalizar la investidura de aquellos ilustres caballeros, las atenciones recayeron sobre Jofré.


Alfonso II de Nápoles


El joven avanzó, dobló la rodilla a los pies de trono, y fue tocado por el rey en la oreja izquierda con la espada guarnecida de pedrería:

- "Dios y San Jorge te hagan buen caballero".

El vástago del Papa fue nombrado príncipe de Squillace y conde de Coriata, obteniendo además la orden de armiño, "mejor morir que traicionar". Enseguida, tuvo lugar la cabalgata de honor, representación para el pueblo que se había congregado a la espera.

El 11 de mayo se celebró la ceremonia religiosa de las bodas de Jofré y Sancha. La princesa napolitana fue encaminada hasta el altar por su padre, en la capilla real del Castel Nuovo, donde el obispo Gravina dijo la Misa, que no era nada simple. Una de las particularidades de este este sigular acontecimiento era ésta: el obispo, tras haber comulgado, besaba en la boca al diácono, el diácono pasaba el beso al novio, y el novio a la novia. Al dar por finalizada la Misa y la bendición, se dirigieron a un concierto de música y después a un preciado manjar; y por último, colmados de una supuesta dicha y llegada la noche, Jofré fue a aguardar a su esposa a su nueva morada, que estaba muy cercana al Castel Nuovo; y con ella llegaba poco después en companía del monarca y del cardenal Borgia, subió a la recámara núpcial.

Mientras tanto, el séquito de Sancha estaba preparando los últimos detalles para acoger a la pareja recién casada en sus aposentos. Antes de dar comienzo a lo que todos estaban esperando, las damas más viejas se encargaron de desnudar no solo a su señora sino también el recién investido príncipe de Squillace y los acostaron juntos en el lecho, descubriéndoles el pecho hasta la cintura, como estaba indicado en el protocolo habitual. Las mujeres se retiraron, dando paso al rey de Nápoles y al cardenal de Monreal y presenciaron, según la costumbre de la época, la consumación de la unión.

Era una situación que todos los miembros de la nobleza habían padecido y ahora les tocaba a ellos hacer frente con la mayor dignidad posible. Sancha y su marido no podía huir de aquel bochornoso momento. Los dos ilustres asistentes que les miraban no disimularon las risas ante la inexperiencia de los novios y admiraron lo "gracioso y animoso que estaba el príncipe". Quedaba ya poco para el amanecer cuando, bendecido el nuevo lecho, el rey y el cardenal dieron por terminadas sus funciones y se marcharon.

Bibliografía:

Bellonci, María: Lucrecia Borgia, su vida y su tiempo, Editorial Renacimiento, México D.F., 1961.