Aquelarre, 1508, Hans Baldung
En el Martillo de las Brujas, Kraemer y Sprenger no se quedan cortos. Arremeten contra esas endemoniadas mujeres de todas las formas posibles y por haber: entre las hazañas de dichas brujas estaban el modo que ellas ingresaban en el servicio de Satán, las fórmulas de acatamiento al Príncipe de las Tinieblas, el rechazo y la abdicación a la fe cristiana y por supuesto su mayor habilidad, los conjuros. Estos encantamientos surtían efecto gracias a la intervención del demonio.
Además, los dos inquisidores nos presentan casos verídicos que prueban la existencia de esas criaturas poseídas por el demonio y hasta que punto llegaba su maldad. Por ejemplo, se relata de cómo en la aldea de Baldshut, de la diócesis germana de Constanza, una vieja (a la que se le titula de bruja), al no ser invitada a una boda, decide tomar venganza, conjurando a Satán para que el instante de mayor apogeo de la celebración provocara una granizada sobre el baile, estropeando así la fiesta campesina. La pobre señora fue acusada de dicha fechoría y condenada a la hoguera.
A nosotros, habitantes del siglo XXI, nos parece el cúmulo de lo absurdo semejantes creencias, pero la gente de aquellos tiempos jamás lo ponía en duda. Digamos que ellas eran como un chivo expiatorio en el que recaían todos los males de la humanidad. Y aún más si la supuesta bruja tenia un aspecto grotesco ( desdentada, desgreñada, vestida con harapos) y era vieja, fea y deforme. En suma, la imagen que desde que eramos niños no transmitieron en los cuentos de hadas. A que nadie se olvida de la escena de la Madrastra de Blancanieves disfrazada de bruja entregando una manzana envenenada a su dócil hijastra ¿O la vieja bruja del cuento de Hansel y Gretel que cocía a niños en un horno para luego comérselos?
Como percibimos, esa terrible caracterización sigue perdurando en nuestra retina, una estampa que por mucho que nos esforcemos en suavizarla, continuará rondando en la imaginación popular. Sabemos que hoy en día apenas hacen parte del mundo de las historias infantiles, sin embargo, como hemos expuesto, fueron frutos del miedo del pueblo con relación a las desgracias y contratiempos de su propia existencia. Era la solución más fácil, culpar a una pobre mujer vieja de catástrofes naturales e incluso de los propios errores.
Lo cierto es que el ser humano se pone ansioso al convivir con la duda, necesita una aclaración rápida y concisa. Muchas veces somos incapaces de encontrar lógica en lo que ocurre a nuestro alrededor. Nos preguntamos el por qué de nuestra mala suerte y eso nos indigna. Para la mente humana es mucho más fácil relacionar lo feo con lo maligno. Lo feo, lo monstruoso provoca miedo, repele y causa aversión. Se huya de ello, por si resultase contagioso. Algo deforme sólo podría ser fruto de una copula pecaminosa... Dios castigaba a las parejas, dándoles hijos con mal formaciones genéticas, como es el caso de los gemelos siameses. Traer niños así al mundo era por culpa de la impropia conducta sexual de sus padres
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También se les atribuían la tarea como auxiliadoras de Satán para que este pudiese ocupar los cuerpos muertos, desposeídos de sus almas, y así penetrar en el mundo de los humanos . Luego dichas criaturas maquinaban sus macabros planes, entre otros actuar como íncubos para seducir a jóvenes de las que tener hijos y así engendrar los hijos del demonio.
Bibliografía:
Fernández Álvarez, Manuel: Casadas, Monjas, Rameras y Brujas, La olvidada historia de la mujer española en el Renacimiento, Espasa Libros, 2010.
Frattini, Eric: Los Papas y el Sexo, Espasa Libros.