El futuro rey Francisco I de Francia, a la tierna edad de quince años, fue invadido por primera vez por un desmesurado amor plátonico, algo irremediable de evitar en los conflictivos años de la adolescencia. Era el año de 1509, y nuestro protagonista se alojaba junto a su madre y hermana en el castillo de Blois. Un cierto día, en la iglesia, sus ojos se cruzaron con una joven morenita clara, pequeña y de espléndidos modales. En ese mismo instante, quedó totalmente cautivado por ella y no descansaría hasta saber quién era esa dama que acababa de robarle el corazón.
El primer paso que llevó a cabo fue relatar sus inquietudes a su confidente hermana Margarita. Ambos recordaban conocerla, solía ir con Margarita para jugar juntas a las muñecas. Supo que su nombre era Françoise y que era cuñada del mayordomo que tenían en Blois, o sea que estaba casado con la hermana de ella, y claro está que Françoise vivía allí, en una de las casas de la plaza. Contaba precisamente dieciséis años, uno más que Francisco. Aunque no era una dama de la corte, Margarita, para complacer a su hermano, decidió invitarla a todas las celebraciones que se dieran en el castillo. Francisco no podía creer que la había conocido en sus años infantiles, y sin embargo, ahora la contemplaba desde una óptica totalmente distinta. Estaba tan apasionado que su hermana no tenía coraje de negarle nada.
Françoise, algo tímida, se percató del efecto que hizó sobre el delfín. Decidió cambiar de sitio en la iglesia, y el joven inmediatamente se movió de su asiento para seguir mirándola sin ningun reparo. De cierta forma, ella en el fondo de su corazón, correspondía a los anhelos del delfín. No obstante, sabía que aventurarse en una relación con un joven de tan alta alcurnia, que incluso podría un día ser rey, no era exactamente lo que más le convenía. Era obvio que para Francisco ella unicamente sería un entretenimiento pasajero y al poco tiempo la abandonaría. Era imposible aquello fuera más allá, ella no era más que una plebeya entre el montón.
Françoise se sintió incomoda ante tantas atenciones y decidió oír misa a otra capilla, pero aquel gesto sólo hizo que se convirtiera en un juego cada vez más excitante para el delfín. No obstante, Francisco no poseía plena libertad para ir en su busca, su madre, Luisa de Saboya, estaba al asecho y vigilando cualquier imprudencia por parte de su vástago. Aquello no era suficiente para detenerse, él nunca se echaba para atrás ante los obstáculos. Viendo que su amada se negaba a dirigirle la palabra, organizó un plan muy osado que le llevaría hasta el dormitorio de la muchacha.
Françoise, algo tímida, se percató del efecto que hizó sobre el delfín. Decidió cambiar de sitio en la iglesia, y el joven inmediatamente se movió de su asiento para seguir mirándola sin ningun reparo. De cierta forma, ella en el fondo de su corazón, correspondía a los anhelos del delfín. No obstante, sabía que aventurarse en una relación con un joven de tan alta alcurnia, que incluso podría un día ser rey, no era exactamente lo que más le convenía. Era obvio que para Francisco ella unicamente sería un entretenimiento pasajero y al poco tiempo la abandonaría. Era imposible aquello fuera más allá, ella no era más que una plebeya entre el montón.
Françoise se sintió incomoda ante tantas atenciones y decidió oír misa a otra capilla, pero aquel gesto sólo hizo que se convirtiera en un juego cada vez más excitante para el delfín. No obstante, Francisco no poseía plena libertad para ir en su busca, su madre, Luisa de Saboya, estaba al asecho y vigilando cualquier imprudencia por parte de su vástago. Aquello no era suficiente para detenerse, él nunca se echaba para atrás ante los obstáculos. Viendo que su amada se negaba a dirigirle la palabra, organizó un plan muy osado que le llevaría hasta el dormitorio de la muchacha.
Retrato de Francisco a la edad de 21 años (1515)
El delfín Francisco, cabalgando en su impetuoso córcel, se encaminó hacía la ciudad, y una vez estuvo en la plaza dónde ella vivía, puso el caballo a galope dejándose caer en un hoyo y para colmo en frente a la residencia de Françoise. Los caballeros que le escoltaban lo sacaron de allí repleto de barro. Protestaba por su mala suerte y hasta cojeaba. A pesar su estado impresentable, su hombres no demoraron ni un instante en ayudarlo a subir las escaleras de la casa de su dama y se atrevieron a dejarlo en la cama de la joven, mientras un mensajero se daba prisa en ir en busca de otro traje.
Françoise había contemplado el espectáculo desde una una ventana y se había acelerado a resguardarse en un desván, de dónde fue rapidamente hallada por su cuñado, el mayordomo. La llevaron hasta Francisco y dejaron sola ante él, tremula y agitada. El delfín tendido en la cama, la cogió de la mano.
- ¿Por que huyes de mí? ¿Por qué me torturas, Françoise? Yo no soy malo. Yo no voy a devorarte. ¿Por qué no me dejas que te mire?
Sus súplicas no sirvieron de nada, ella se apartó de él. Toda la población había observado cómo entraba en la casa y nadie creería que no hubiera yacido con él.
-No, Monsieur, no. Lo que deseáis no puede ser. Yo no soy nadie a vuestro lado; antes moriría que acceder a vuestros ruegos.
Francisco empezó a alarmarse. ¿Era posible que ella no le amase?
Dios era testigo de que ella le amaba. - Yo no soy tan estúpida, ni tan ciega, para no ver lo bello, lo atractivo que Dios os ha hecho, y lo feliz que ha de ser la mujer que os ame. Pero...
Se detuvo unos intantes.
Sus súplicas no sirvieron de nada, ella se apartó de él. Toda la población había observado cómo entraba en la casa y nadie creería que no hubiera yacido con él.
-No, Monsieur, no. Lo que deseáis no puede ser. Yo no soy nadie a vuestro lado; antes moriría que acceder a vuestros ruegos.
Francisco empezó a alarmarse. ¿Era posible que ella no le amase?
Dios era testigo de que ella le amaba. - Yo no soy tan estúpida, ni tan ciega, para no ver lo bello, lo atractivo que Dios os ha hecho, y lo feliz que ha de ser la mujer que os ame. Pero...
Se detuvo unos intantes.
- Sería una locura que una persona de mi condición pensara en vos. Podéis explicar vuestra conquista a quien sea; en vuestra propia casa, en donde mis padres servían, he aprendido lo que era el amor. Deseáis una mujer para pasatiempo; en la ciudad encontraréis mucho más bellas que yo, a las que no tendréis que suplicar tanto. No es por falta de amor que huyo de vos. Os amo más que a mi vida, pero no quiero obrar con desacuerdo a mi conciencia.
Francisco afligido continuaba suplicando. Llamaron a la puerta para informarle que su traje nuevo ya estaba listo. Hizo que aguardaran mientras seguía implorando por los favores de la prudente dama. Pero todo fue en vano. El rendido delfín por temor a su madre se apresuró a marchar. Françoise con su corazón deshecho se mantuvo inflexible para conservar su honor.
Pero aún no se daría por vencido. Todo sucedido lo relató a sus ayudantes de cámara y el más viejo de todos le propuso una solución: intentaría comprarla con dinero. Para su infelicidad su secretario era su propia madre, y no podía pedirle dinero sin explicarle el porqué. No sabemos cómo, pero se las arreglaron para conseguir 500 coronas, una suma considerable. El mismo cortesano que le aconsejó las llevo a Françoise. La joven ofendida ante semejante insulto, se negó rutundamente a aceptar tan indignante proposición. El ayudante de camara, enfadado por el comportamiento de Françoise, volvió a su amo diciéndole que aquello era un afrenta contra él y que la insolente dama lo pagaría muy caro. No obstante, Francisco temía demasiado a Luisa de Saboya para recurrir a las violencias.
Pero la historia no termina aqui. Francisco seguía empeñado en conseguirla costara lo que costara, y su siguiente maniobra sería hacérsela suya engañándola. Su próximo plan era que su mayordomo la llevara a la casita que tenía en su viña. Sin embargo, a la hora concertada, cuando el muchacho iba nuevamente en busca de su amada, lo llamó su madre. Quería que sus dos hijos la ayudaran a escoger lo que tenían que colocar en una de las habitaciones que estaban decorando bajo su dirección. Francisco, esforzándose al máximo para parecer amable ante su progenitora, no veía la hora de que llegara su ansiado encuentro con Françoise. Mientras él se encontraba allí, a Françoise la entretenían en la casita del bosque. Cuando finalmente el joven pudo escapar de las garras de su madre y galopó a toda velocidad con su caballo, la muchacha ya no estaba. Había descubierto el engaño y había huído para refugirarse en su casa, decidida a abandonar Blois.
Todavía hubo un último encuentro, el escenario fue otra vez la iglesia. De este vez Françoise no consiguió eludirlo y Francisco aprovechó la ocasión para reprocharle su conducta. Ella se mantuvo firme en sus convicciones, no permitió otra vez que la debilidad la venciera. Fue entonces que Francisco compreendió su derrota y jamás volvió a molestarla.
Pero la historia no termina aqui. Francisco seguía empeñado en conseguirla costara lo que costara, y su siguiente maniobra sería hacérsela suya engañándola. Su próximo plan era que su mayordomo la llevara a la casita que tenía en su viña. Sin embargo, a la hora concertada, cuando el muchacho iba nuevamente en busca de su amada, lo llamó su madre. Quería que sus dos hijos la ayudaran a escoger lo que tenían que colocar en una de las habitaciones que estaban decorando bajo su dirección. Francisco, esforzándose al máximo para parecer amable ante su progenitora, no veía la hora de que llegara su ansiado encuentro con Françoise. Mientras él se encontraba allí, a Françoise la entretenían en la casita del bosque. Cuando finalmente el joven pudo escapar de las garras de su madre y galopó a toda velocidad con su caballo, la muchacha ya no estaba. Había descubierto el engaño y había huído para refugirarse en su casa, decidida a abandonar Blois.
Todavía hubo un último encuentro, el escenario fue otra vez la iglesia. De este vez Françoise no consiguió eludirlo y Francisco aprovechó la ocasión para reprocharle su conducta. Ella se mantuvo firme en sus convicciones, no permitió otra vez que la debilidad la venciera. Fue entonces que Francisco compreendió su derrota y jamás volvió a molestarla.
Bibliografía:
Hackett, Francis: Francisco I, rey de Francia, Editorial Planeta de Agostini, Barcelona, 1995.
González Cremona, Juan Manuel: Amantes de los reyes de Francia, Editorial Planeta, Barcelona, 1996.