Bryony Roberts como Catherine Howard (2010)
21) El rey que quiso ser Dios
Dos días después de la decapitación de Cromwell y de la boda de Enrique y Catherine, fueron ejecutados seis "doctores", de los que tres murieron en la horca y los otros atados a una estaca y quemados vivos. "Producía verdadera extrañeza el ver a los partidarios de los dos bandos opuestos (católicos y luteranos) morir al mismo tiempo, y más aún el oír que ninguno de ellos había sido juzgado ni sabían por qué se les condenaba." Entre las seis desafortunadas víctimas de aquella ocasión se encontraban el papista Abel, que años antes había ido al calabozo por hablar contra el divorcio de Catalina de Aragón, y el doctor Barnes, al que Enrique había encomendado una misión cerca de los luteranos, pero que había tenido la temeridad de atacar a Gardiner. Después de esas ejecuciones quedaron temporalmente suspendidos los juicios, debido a que el rey quería escapar de la peste que volvía a asolar la capital, y además aquellas muertes "en grupo" había favorecido la tarea de "limpiar la Torre".
Catherine Howard sentía verdadero horror hacía las penas impuestas y con su juvenil intrepidez intentó oponerse a los decretos de muerte extendidos por su esposo. Pero no le sirvió de nada. Y Lutero había declarado, en un folleto dedicado a su amigo Barnes, que era perdida de tiempo esperar que su contemporáneo Enrique VIII cambiase jamás su forma de ser: Das juncker Heintze will Gott sein und thun was in gelüstet ( "El señor Enrique quiere ser Dios y hacer lo que le viene en gana").
22) La rosa coronada
Emblema de Catherine Howard, elegido por ella misma
Las constantes caricias en público que recibía Catherine de parte de Enrique dieron mucho que hablar. Varios observadores llegaron a la conclusión que el rey amaba a su nueva esposa más que a "las otras". El secretario de Crammer, Ralph Morice, escribió: "El afecto del rey estaba tan maravillosamente dedicado a esa dama como nunca se supo que amara así a otra mujer". Era indistinto que eso fuese cierto o no, pero de lo que no cabía duda era que la pasión del monarca estaba en la boca de todos. Además, Enrique le regalaba presentes constantemente. Para una muchacha que había sido criada como miembro de una familia empobrecida ,una pariente pobre de los grandes que la rodeaban (recordemos que Edmund Howard, su padre, no poseía muchas riquezas, aparte de ser el último vástago varón de la familia), tenía el honor ahora de recibir magníficas joyas, cuentas de otro con esmalte negro, esmeraldas engastadas en oro, broches, cruces, bolas olorosas, relojes, todo lo más vistoso y espléndido posible.
A pesar de tanto lujo y esplendor que la rodeaba, las disputas políticas y religiosas estaban a la orden del día. Entre tantas cosas estaba la obligación de la joven Howard de engendrar un segundo hijo varón; Enrique no quedaría tranquilo hasta tener en sus brazos un duque de York. En la mente del rey era imposible que no le atormentase un famoso acontecimiento del pasado: cuando su hermano mayor Arturo murió súbitamente probablemente de Sweating Sickness (Sudor Inglés) o Tuberculosis dejando a todos desconsolados. El hecho de tener solo al príncipe Edward provocaba un sentimiento de incertidumbre, debido a que peligraría la continuidad de la dinastía Tudor si de repente el heredero se muriera. El monarca tenía motivos de sobra para temer pues recordemos que la "Conspiración de Exeter" era demasiado reciente. No hacía mucho que Henry Courtenay, marqués de Exeter y primo hermano del rey, había intentado derrocar a los Tudor y hacerse con el trono a finales de 1538.
Enrique a sus cuarenta y nueve años de edad, sus crecientes achaques, sus rachas de inactividad forzosa y su adicción a la comida suculenta le había envejecido prematuramente y estaba gordisímo. Mismo que padeciera obesidad y inflamación de piernas, aprovechaba todas las ocasiones para montar a caballo y cazar y continuaba ataviándose de forma opulenta, aunque sus finanzas reflejan pagos regulares a sus sastres por ensanchar jubones y casacas. Entre los caballeros de la corte se puso de moda fingir gordura para imitar a su rey y para lograrlo llevaban túnicas cortas abombadas y acolchadas que eran casi tan anchas como largas.
23) Un viejo zorro
Enrique a sus cuarenta y nueve años de edad, sus crecientes achaques, sus rachas de inactividad forzosa y su adicción a la comida suculenta le había envejecido prematuramente y estaba gordisímo. Mismo que padeciera obesidad y inflamación de piernas, aprovechaba todas las ocasiones para montar a caballo y cazar y continuaba ataviándose de forma opulenta, aunque sus finanzas reflejan pagos regulares a sus sastres por ensanchar jubones y casacas. Entre los caballeros de la corte se puso de moda fingir gordura para imitar a su rey y para lograrlo llevaban túnicas cortas abombadas y acolchadas que eran casi tan anchas como largas.
El embajador francés, De Marillac, resumió con precisión como era Enrique en aquella etapa de su vida:
"Este príncipe parecer adolecer de tres defectos: el primero es que es tan codicioso que todas las riquezas del mundo no bastarían para satisfacerle. De ahí nace el segundo, desconfianza y miedo. Este rey, a sabiendas de cuántos cambios ha hecho, y de las tragedias y escándalos que ha provocado, bien quisiera estar a buenas con todo el mundo, pero no se fía de nadie, da por hecho que todos se ofenderán y no dejará de mancharse las manos de sangre mientras dude de su pueblo. El tercer vicio es la ligereza y la inconstancia. " El predecesor de De Marillac, Castillon, también se había manifestado respecto al carácter del monarca inglés. Añadía otros dos defectos, la doblez y la perversidad. Escribió lo siguiente: "Es un hombre maravilloso y le rodea gente maravillosa, pero es un viejo zorro."
Continuará...
Bibliografía:
Hackett, Francis: Enrique VIII y sus seis mujeres, Planeta DeAgostini, Barcelona, 1996.
Weir, Alison: Enrique VIII el rey y la corte, Círculo de Lectores, Barcelona, 2004
No hay comentarios:
Publicar un comentario