martes, 22 de febrero de 2011

El encuentro entre Luis XII y César Borgia y las maquinaciones de Alejandro VI

Jorge D´Amboise, rollizo e ilustre caballero de la iglesia, marchaba tranquilamente sobre su mula junto a César Borgia, hijo de Alejandro VI. El joven italiano de veintitrés años, apuesto y atlético, montado a horcajadas, brillaba en todo su esplendor ataviado con unos calzones de raso rojo bordados con perlas y piedras más o menos preciosas. Iba repleto de joyas; su boina estaba cubierta por grandiosos rubíes, rojos como la llama de la guerra.

Los franceses lo observaban detenidamente. Eran conscientes que aquél derroche de pomposidad desnecesario fue deliberadamente maniobrado para impresionarlos. No obstante, aquello no surtió el efecto deseado, los comentarios de los asistentes al desfile no eran demasiado agradables. No se dejarían doblegar tan fácilmente. Se oían comentarios como: " ¡Treinta hidalgos tan sólo, cuando los arreos eran suficientes para ciento veinte! ¡Mulas vestidas de oro! ¡Dieciocho pajes para un ducado como Valence! Chinon fue por lo tanto hostil a la visita del vástago del Papa.



Fragmento de la obra "Frederick III otorgando una corona de laurel a Enea Silvio Piccolomini",1502-08, Fresco. Piccolomini Library, Duomo, Siena. Atribuido a Pinturicchio.

El rey Luis XII al contemplar de cerca a César se inclinó sobre él y le abrazo. Aunque en realidad lo que verdaderamente abrazaba era la cuestión italiana que el hijo del Papa traia consigo: su apoyo al rey de Francia cuando tuviera que conquistar Milán. César, por su lado, urdía un plan que necesitaba la ayuda de los franceses. Deseaba a Romagna. Ansiaba también una boda con una princesa de Nápoles. Tan pronto estuviera bajo su dominio Romagna y Nápoles, tenía por descontada la rendición de Florencia. Podía contar con Francia para tratar con Milán, Génova y Venecia. César era el caballero que Luis buscaba: peligroso, incansable, suspicaz y provisto de una corazón de hielo.

Ese acuerdo con Francia era fruto de las maquinaciones de Alejandro VI. Éste ensayaba una cambio de estrategia política en la corte vaticana. Seguramente el Papa ya estaba agobiado de los acuerdos pactados con los Reyes Católicos, a los que tanto había favorecido en el pasado, ya que ahora los monarcas españoles no le servían de utilidad para seguir con sus estratagemas. Como sabemos, Luis XII de Francia, era primo y cuñado del anterior rey, Carlos VIII, estaba empeñado en reivindicar sus derechos sobre Milán y Nápoles, y el pontífice se inclinaba más a un tratado del que pudiera obtener alguna ventaja que la amenaza de una nueva invasión francesa en territorio italiano.


El Papa Alejandro VI y su séquito. Detalle de la Madonna dei Raccomandati, obra de Cola da Orte, c. 1500.

Como siempre, Alejandro VI jugaba sus cartas de maravilla y siempre a su provecho, en este caso anulando el matrimonio del rey francés y Juana de Valois, dejando vía libre al monarca para un nuevo enlace con Ana de Bretaña. A cambio, Luis XII debía adoptar políticamente a César Borgia, a quien le fue otorgado el ducado de Valentinois y la Orden de San Miguel, además de ser proclamado francés y nombrado condottiero del reino.

César Borgia propuso que Carlota de Aragón fuera su esposa. La bella joven vivía en la corte francesa y se rumoreaba que estaba enamorada de un bretón. La princesa napolitana declinó el honor: dijo que no le satisfacía que se la llamara "señora Cardenala". No sabemos realmente si el rechazo se debían a las cicatrices de la sífilis que afeaban el rostro de César, o si es que la candidata en cuestión, estaba adiestrada por su padre Federico I, rey de Nápoles, para rechazar la proposición.

En Roma, ansiaban que César desposara cuanto antes a una dama de alta alcurnia. Después del rechazo por parte de la princesa napolitana, se barajaron varias alternativas. Finalmente, hallaron la anhelada joven. Sería Carlota de´Albret, una alabada beldad de diecisiete años. Su hermano era Juan III, rey consorte de Navarra. Le fue prometida una gran dote. El recién nombrado duque de Valentinois se casó inmediatamente con ella.


Posible retrato de Carlota d´Albret. Fragmento de la Madonna dei Raccomandati, obra de Cola da Orte, c. 1500.


La luna de miel fue al parecer rápida e intensa; Luis XII planeaba invadir el Milanesado y ambos tuvieron que partir a primeros de octubre de 1499. Desgraciadamente, el "Valentino" no regresaría más a los brazos de su esposa y tampoco conocería a su única hija legítima, Luisa Borgia, nacida en 1500.


Continuará...



Bibliografía:

Hackett, Francis: Francisco I, rey de Francia, Editorial Planeta de Agostini, Barcelona, 1995.

Dossier "Los Borgia": La Supremacía del duque Valentino. Extraído de la Revista Memoria, la historia de cerca. Número XX, julio y agosto de 2009.

http://www.canino.info/inserti/monografie/i_farnese/curiosita_farnesiane/giulia_vasanello/



jueves, 27 de enero de 2011

El encuentro entre Luis XII y Luisa de Saboya en Chinon y la entrada triunfal de César Borgia


Luisa de Saboya

Hasta que se otorgó el divorcio entre Luis XII y Juana de Valois, Luisa de Saboya podía tener esperanzas de que su hijo Francisco sería el duque de Orleáns. De momento, Luis XII se mostraba amable hacía ella. Mientras continuaban los trámites de la separación del monarca, éste fue de visita al gran castillo de Chinon, donde Luisa estaba instalada con sus vástagos. El nuevo rey estuvo sentado en aquellas habitaciones conversando con la duquesa viuda de Angulema y jugando con los niños. Corría el año 1498, Francisco entonces tenía cuatro añitos y le encantaba corretear con su perro. Margarita, su hermana, tenía seis y ya mostraba interés por la lectura.


Vistas del castillo de Chinon

Luisa, en la plenitud de su juventud, no podía evitar sentirse dichosa por la compañía de tan ilustre invitado. Sin embargo, el rey galo, aunque disfrutaba de su visita a Chinon, no conseguía olvidar ni que fuera por unos minutos todas las maquinaciones de su mente. Deseaba a toda costa tener una nación estable y bien ordenada, que le permitiera alcanzar su herencia en Italia. Su meta era adueñarse de Milán.


Luis XII y su corte

Poética Epístola de Anne de Bretaña y Luis XII. Iluminado por Bourdichon. F. 1v: Ilustración de Epístola 7. Principios del siglo XVI. " El rey galo aparece entronizado en una silla cubierta con una tela bordada con flores de lis. Luis XII está dictando una respuesta a Héctor de Troy. El mensajero está dispuesto a entregar la epístola a Elysium, que figura en el primer plano."


Luisa de Saboya era partidaria en cuanto a todo lo que se refería a la expansión francesa, tanto en Nápoles como en Milán. Sobre las intrigas con Roma no compartía las mismas inquietudes. Ya entonces los Borgia eran conocidos por su excesiva avaricia y por ayudarse únicamente a sí mismos. La verdad es que Luisa estaba a disgusto con respecto a la inminente boda de Luis con Ana de Bretaña. Tal situación podría peligrar la posición de su hijo como delfín. Por ahora debía contentarse como el nombramiento de su hijo como duque de Valois. No todo fueron malas noticias, las rentas de la duquesa de Angulema aumentaron, lo que propició que se extendiera su prestigio.

Los obispos, a raíz del desvergonzado tratado con el Papa, dieron a Luis su divorcio. El rey de Francia podría ahora formar una familia. Tan pronto se le concedió su demanda se anunció la próxima entrada de César Borgia con las bulas en la corte de Francia. César fue entonces a encontrarse con Luis en Chinon.El hijo del Papa era extraordinariamente inteligente. Era consciente que su reputación de perversidad lo había precedido y aquello causaba a los cortesanos una mezcla entre fascinación y desasosiego. Los franceses eran desdeñosos para con su persona y, comprendiéndolo, cínica, aunque atentamente, rehusó recibir la Orden de San Miguel de otras manos que no fuesen las del mismo rey. Era terriblemente orgulloso para con los pequeños cortesanos, y recibía las indirectas, con mirada de acero.


César Borgia

La infamia rodeaba su reputación, se había murmurado que había mantenido un idilio amoroso con su propia hermana, Lucrecia Borgia. Asimismo, la sombra de la sospecha también había recaído sobre él cuando se encontró el cuerpo inerte de su hermano Juan arrojado al Tíber el año anterior. Su entrada en Chinon la planeó de antemano para causar un efecto inolvidable entre los franceses. Era consciente que el rey Luis le estaría observando desde una de las ventanas más altas del castillo, y sabía también que numerosos oficiales y hermosas damas saldrían a la calle para ovacionarle y hacer sus comentarios.


Fragmento perteneciente a la obra "Partida de Eneas Silvio Piccolomini al Concilio," .Fresco de la catedral de Siena, Biblioteca Piccolomini. Atribuida a Pintoricchio con la ayuda de Rafael, 1502-1507.



Fragmento de "Un Amante abordardo a tres Damas". Poemas de Charles de Orléans y otras obras. Flandes, Brujas, c. 1490-1500. Francés, Royal MS 16 F. ii, f.188.


César Borgia aspiraba causar un efecto teatral que se recordara para siempre en la memoria del pueblo francés. A través de su extraordinaria riqueza y magnificiencia pretendía impresionar a todos como ningún otro cortesano había hecho hasta ahora. George D´Amboise, robusto e impasible, cruzó el puente para dar la bienvenida al hijo de Alejandro VI y cabalgar a su lado. Delante de ellos, a lo largo del puente, marchaban acompasadamente los primeros huéspedes de Italia.

Cuatro destacamentos, de bien formadas mulas, que habían sido desembarcados en Marsella. Las dos primeras docenas, con vestiduras rojas blasonadas, cargaban sacos y cajas. Las tres que seguían ostentaban extrañas colgaduras de raso rojo rayando el oro. A estas fastuosas mulas las precedía caballos de guerra relucientes de oro, pajes sobre finos corceles. Seis lacayos, ataviados también de color rojo, conducían caparazonadas mulas, y después los seguían dos mulas nobles, sobre cuyos lomos sostenían esplendidos cofres que contenían objetos misteriosos, quizás bulas papales, o ropa blanca limpia, o el cubilete que servía para el almuerzo de César, o el orinal de plata, o el birrete de cardenal...Cabalgaban luego treinta hidalgos, en traje de gala, con trovadores y clarines, otro conjunto de lacayos, y por último, los dos personajes principales, George D´Amboise y el mismo César Borgia.


Fragmento del "Viaje de los Magos". Obra de Benozzo Gozzoli (1459-61). Palacio de los Médici en Florencia.



Continuará...




Bibliografía:

Hackett, Francis: Francisco I, rey de Francia, Editorial Planeta de Agostini, Barcelona, 1995.

http://www.kimiko1.com/research-16th/TudorMen/1500/LouisXIIEp7.html


http://www.kimiko1.com/research-16th/TudorWomen/1490/Lover3LadiesWomen.html


http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Pintoricchio_005.jpg


http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Gozzoli_magi.jpg

domingo, 16 de enero de 2011

El repudio de Juana de Valois y la alianza con el Papa Borgia

Ana de Bretaña

Ana de Bretaña se sintió indignada que Francia jugara con ella a su antojo. ¿Cómo se atrevían a proponerle un nuevo matrimonio? Le repugnaba pasar de Carlos VIII a Luis XII. Para alcanzar la aprobación de la obstinada soberana de Bretaña, el monarca galo buscó ayuda en uno de sus fieles seguidores, Georges d`Amboise. El incondicional del rey Luis era hombre de la Iglesia y ministro de Estado y uno de los hombres más ilustres del reino. Movería cielo y tierra para cumplir las expectativas de su señor.

Georges d`Amboise, grabado del siglo XIX


Francia necesitaba a toda costa un heredero. Sin él, explotaría una guerra civil y el país acabaría hundido en la miseria. El rey estaba en una situación delicada. Por un lado, no deseaba disgustar a su esposa, Juana de Valois, por otro estaba obligado a cumplir con su deber. Mirándole a los ojos le afirmaba con total vehemencia que "Preferiría morir sin hijos a darte un disgusto" - decía galantemente a su mujer. Demostraba ante todos sentirse apenado y desconcertado, aunque un aire de hipocresía envolvía su conducta. Al mismo tiempo, juraba secretamente desposar a Ana dentro de un año, o tomar las fortalezas que Francia tenía en Bretaña. Agotado e sumido en su dilema, dejó las negociaciones en manos de George y éste último se dirigió a Roma a pedir audiencia con Alejandro VI, el Papa Borgia. El pontífice era en ese momento la persona más apta para solucionar el conflicto.


Luis XII


De lo que Luisa de Saboya se convenció en seguida, fue de que a pesar que su hijo Francisco era el único heredero al trono, el rápido desarrollo de un plan político grandioso la reducía a ella a la mayor insignificancia. Luis XII lo tenía todo bien trazado. Una, necesidad de divorcio. La otra, sus pretensiones sobre el Ducado de Milán. Los Orleáns siempre había codiciado ese territorio por el que alegaban poseer derechos dinásticos. La abuela de Luis XII, Valentina Visconti era hija del primer duque de Milán, Gian Galeazzo Visconti.

Los Borgia podrían ser un arma muy útil para los propósitos del rey de Francia. Rodrigo Borgia y su hijo César, ambos poseedores de ilimitada ambición, no dudarían en solicitarle algo a cambio de sus favores. En realidad, la demanda de divorcio de Luis fue muy propicia para que Alejandro VI consiguiera el apoyo de Francia en su campaña en Italia. En definitiva, fue para librarse de la hija de Luis XI, Juana de Valois, y entrar en posesión de Milán, por lo que Luis XII trató íntimamente con los Borgia.



César Borgia

En 1498, César, bajo las órdenes de su progenitor, iba a abandonar los hábitos. Para el joven Borgia eso significaba un alivio ya que nunca sintió el menor interés por la vida eclesiástica. Cabe destacar que fue la primera persona en la Historia en renunciar al cardenalato. A partir de entonces se dedicaría por completo a las tareas militares que tanto le apasionaban.

Finalmente se llegó a un acuerdo razonable entre Luis XII y Alejandro VI. Al poco tiempo, César Borgia partió hacia la corte francesa, armado de una dispensa para la nueva unión del rey Luis con la duquesa de Bretaña, equipado además con un birrete de cardenal para George D´Amboise, y dispuesto a recibir un ducado de aquella nación y una esposa de acuerdo a su rango y fortuna. El próximo paso sería concertar un pacto militar con el monarca galo y a continuación se invadiría Italia.

La actual reina consorte, Juana de Valois, estaba devastada. Su desconcierto fue memorable. Sería repudiada como un animal abandonado a su suerte. La prueba del divorcio tenía como jueces al hermano de George D´Amboise y otro obispo partidario del rey. Además, muchos cortesanos estaban dispuestos a declarar que aquella boda jamás había sido consumada.


Juana de Valois, primera esposa de Luis XII

Como era lógico de suponer, el testimonio de Juana fue el de una esposa que se considera con derechos, aunque sabe que será incapaz de hacer nada para remediar su cruel destino. Se negó a ser examinada por los médicos. Dejó a su marido que explicara bajo juramento lo que había sido su vida de casados. Desgraciadamente, oyó de los propios labios de su esposo que ella no valía físicamente para el matrimonio. Según el rey, evidencias había, la unión jamás dio ningún fruto.

Sus planes para casarse con Ana de Bretaña habían ido madurando meses y meses, de la misma manera que la dispensa papal había sido puesta en los bolsillos de César Borgia a su salida de Roma. La repudiada reina recibió la noticia derramando lágrimas a raudales. Se retiró a Bourges, seguida por la simpatía del pueblo, y para distraer su mente, solicitó permiso para fundar una orden religiosa.

Continuará...



Bibliografía:

Hackett, Francis: Francisco I, rey de Francia, Editorial Planeta de Agostini, Barcelona, 1995.

http://www.verso.org/projects/early-tudor.html

http://es.wikipedia.org/wiki/Georges_d%27Amboise

http://es.wikipedia.org/wiki/C%C3%A9sar_Borgia

viernes, 24 de diciembre de 2010

A Tudor Christmas


Estimados Lectores,


Admito que este año no ha sido tan prolífero con respecto a los artículos publicados. Siento haceros saber que varias obligaciones me han mantenido alejada del blog, más de lo que yo preveía. Espero que el próximo año pueda satisfacer con creces vuestras curiosidades históricas y revelar más a menudo datos interesantes sobre diversos personajes del Universo Renacentista. Siempre habrá un lugar reservado para Ana Bolena, Enrique VIII, Elizabeth I, Luisa de Saboya, Francisco I, Juana de Castilla, Felipe el Hermoso, Cesar y Lucrecia Borgia, Sancha de Aragón, Elizabeth Woodville, Eduardo IV y muchos otros más. Pero sobretodo, sois vosotros, mis lectores, lo que proporcionais alegría a esta corte. ¡Que sería de un palacio sin el bullicio y el exuberante alborozo de los cortesanos! ¡Mil gracias a todos por vuestros comentarios y visitas!



Os deseo de todo corazón una Feliz Navidad en compañía de vuestros seres queridos y un Próspero Año 2011 lleno de felicidad, prosperidad, paz, salud y grandes éxitos.

Un abrazo,


Lady Caroline
Los Líos de la Corte




Para finalizar os pongo un video de la tercera temporada de "The Tudors". Me complace mucho verlo ya que se contempla finalmente toda la familia de Enrique VIII reunida. Por fin, arregló las diferencias con sus hijas, María y Elizabeth gracias a la amabilidad y tacto de Jane Seymour.






viernes, 17 de diciembre de 2010

Luis XII rey de Francia, Francisco, ¿el nuevo duque de Orleáns?





Luisa de Saboya, grabado realizado en el siglo XIX por Paul Lehugeur

Luisa de Saboya se lanzó al ataque. Ahora que Luis, el primo de su marido, era ya rey de Francia habría que sacar la mayor ventaja posible de la situación. Deseaba vehementemente que se le otorgara el ducado vacante de Orleáns para Francisco. La paciente y perseverante condesa viuda arregló prontamente sus asuntos, y se dispuso a emprender un viaje a París para felicitar a Luis XII. Para darle fuerza en esos momentos tan decisivos, la acompañó su supuesto amante, el chambelán Juan de Saint-Gelais, mientras tanto, la que fuera querida de su marido, Juana de Polignac, permanecería en casa cuidando de los niños.

De repente, comenzaron a circular extrañas habladurías. Era cierto que la corona debería recaer sobre Luis de Orleáns, aunque también era conocido por todos que su figura estaba apartada del partido dominante del consejo. Además, en tiempos no tan lejanos el duque de Orleáns había sido considerado un rebelde y un traidor. ¿Todavía era posible conspirar contra él? se preguntó Luisa. Si bien que la idea se le pasó por la mente, no era muy conveniente obrar así ya que Francisco era apenas un niño de cuatro añitos, demasiado joven para que los partidarios de Luisa hubieran arriesgado arrebatar la corona a Luis para dársela a él.

A Luisa le daba la sensación que el nuevo rey no viviría demasiado. Luis XII contaba entonces con treinta y seis años y las enfermedades habían ya apoderado su cuerpo. Sus grandes pesares en Novara, y su larga estancia en la cárcel, a pesar de los deportes de todas clases a que se había dedicado, lo habían precozmente envejecido y deteriorado. Sus ojos eran saltones y brillantes, sus labios gruesos y secos, su cuello muy hinchado por un bocio. Probablemente padecía la enfermedad de Graves. Asimismo, se moderaba mucho en sus comidas, no tomaba más que carne hervida, y a horas fijas, pero le molestaba bastante que alguien se atreviera a presenciar su decaimiento. Cuando le daban achaques, se enojaba y gritaba; sin embargo, tenía fama de ser bastante callado, y cuando su salud se lo permitía, era amable, hablador y franco.






"Libro de la Horas de Luis de Orleáns" (1490)
. Retrato de Luis XII extraído del pasaje donde figura la Creación de Eva.

La presentación de nuevo soberano debía celebrarse con la pompa apropiada. A su predecesor, Carlos VIII, se le haría un entierro brillante, fastuoso, y luego se procedería a la consagración del nuevo rey y a su coronación. Se conmemoraría el suntuoso acontecimiento con fiestas, banquetes, haría su entrada oficial en París.

Luisa en el momento de solicitar el ducado de Orléans para su vástago, digamos que fue relativamente modesta en comparación a otras peticiones que se diligenciaban al mismo tiempo.Ana de Beaujeu, hermana del difunto Carlos VIII, no solamente se presentó ante el nuevo rey para reclamar una dote que en cierta ocasión se le había destinado por razón de un enlace, que nunca había tenido efecto, sino fue más lejos todavía queriendo que se esclareciera su derecho al título de Borbón. Ana de Bretaña, la reina viuda, quería regresar a su amado ducado, acarreando consigo logícamente todo lo que le correspondía.


Ana de Bretaña


Luis XII era un monarca apacible y cauteloso. Antes de otorgar cualquier veredicto, prefirió consultarlo con sus dos mejores consejeros; Jorge de Amboise y el Mariscal de Gié. Aquellos dos caballeros no dudaron en exponer su dictamen. Nombrar a Francisco Duque de Orleáns, hubiera sido el más insignificante de los quebraderos de cabeza del rey, si tenía intención de continuar casado con Juana de Valois sin esperanza de sucesión. Pero ahora viene el más complicado de sus dilemas, ¿qué se haría con el ducado de Bretaña? Luis cuando aún era solo un duque había cortejado a la heredera sin éxito.

Ana de Bretaña era una dama que haría cualquier cosa por su pueblo, a pesar de todo luchaba con mucho empeño por mantener la independencia de su ducado, fuerza y coraje nunca le faltarían. Sin embargo, Luis debería evitar a toda costa que esto ocurriera y la única forma de lograr la anexión de Bretaña a Francia sin duda era casándose con Ana. Aunque había una barrera que no le permitía avanzar en sus propósitos: ¡Luis ya estaba casado!


Continuará...

Bibliografía:

Hackett, Francis: Francisco I, rey de Francia, Editorial Planeta de Agostini, Barcelona, 1995.


http://www.kimiko1.com/research-16th/TudorMen/1490/index.html


http://www.moleiro.com/en/books-of-hours/book-of-hours-of-louis-of-orleans/miniatura/189


http://www.kimiko1.com/research-16th/TudorWomen/1500/index.html


sábado, 4 de diciembre de 2010

Los archiduques de Austria atraviesan Francia (2ª parte)





Las villas de Borgoña y de Francia dan la bienvenida a los Archiduques


Con semejante comitiva que acompañaba a los archiduques de Austria, obviamente el viaje tenía que ser lento. Cada villa por donde pasaban o pernoctaban quería homenajear a tan ilustres visitantes. En Mons estuvieron tres días; Doña Juana fue muy agasajada, pues era su primera visita, y la población le obsequió con dos jarras de plata doradas y una copa llena de florines de oro. La parada suposo que tardaran más de una semana en llegar a Valenciennes, donde también fue halagada la princesa de España, que recibió como regalo una palangana y una fuente de plata.

Tras dejar atrás Cambrai, entonces territorio del ducado de Borgoña,
el 16 de noviembre de 1501 alcanzaron la frontera francesa. En San Quintín, región de Picardía, fueron bien recibidos por los principales de la ciudad, quienes les agasajaron con unos espléndidos fuegos artificiales . A continuación, Felipe y Juana fueron hasta la iglesia para besarle la cabeza al santo.




La Basílica de San Quintín hoy en día

Después de tantas bienvenidas siguieron el camino hacía la capital del reino con parada obligada en Saint Denis, panteón real francés, donde escucharon misa cantada por sus chantres y les fueron enseñados los requicarios y sepulturas de los monarcas galos; con especial orgullo les mostraron la "taza de esmeralda allí guardada", ya que sentían por ella un particular aprecio "más que ninguna otra cosa de su tesorería".


Interior de la Basílica de Saint-Denis




Panteón de los monarcas franceses Carlos V (1338-1380) y Juana de Borbón (1338-1378) y de Carlos VI (1368-1422) e Isabel de Baviera (1370-1435).


El recibimiento en París

Al día siguiente, el 25 de noviembre, la comitiva llegó a París. Felipe pretendía impresionar a los parisinos con una entrada triunfal: colocó a doce pajes a caballo, vestidos con terciopelo carmesí, jubones de seda negra con brocados y sombreros blancos, portando bien hachas, bien alabardas. A media legua de la ciudad salieron a recibir a los archiduques las autoridades civiles y religiosas, y después recorrieron las calles para el regocijo del pueblo.



Saludado también por las autoridades de la universidad y del parlamento, el archiduque asistió a un Te Deum en Notre Dame y, como si del soberano se tratara, se le ortorgó el derecho a impartir la justicia.


En suma, fue un grato recibimiento para los archiduques verse colmados de tantas atenciones. Sucedieron también las fiestas con banquetes y bailes en los que participó Doña Juana.

Bibliografía:


Zalama, Miguel Á. Juana I. Arte, poder y cultura en torno a una reina que no gobernó. Centro de Estudios Europa Hispánica, 2010.

http://www.kimiko1.com/research-16th/TudorMen/index.html

martes, 23 de noviembre de 2010

El destino de Francia cobra un giro inesperado


Tratado de las virtudes cardinales en el que vemos a Luisa de Saboya representando la Prudencia, alrededor de 1510, pintura sobre pergamino.


El entorno de Luisa comenzó a murmurar que la joven viuda se había entregado a los devaneos del amor. El objeto de sus atenciones era su propio chambelán. El caballero en cuestión, era demasiado alegre, demasiado galante, insinuante y flexible, para no ser considerado peligroso. Además, el experto y amable gentilhombre ya no era ningún joven soñador en la flor de la edad, se conoce que rondaba los cuarenta años. Tenía por costumbre entrar y salir a su antojo de la residencia de la condesa de Angulema, una conducta obviamente sospechosa. Pero, ¿de verdad Luisa había sucumbido a una arrolladora pasión? El Mariscal Gié, consejero de Luis de Orleans, así lo creía y convino que lo mejor sería desterrarlo.



Pierre de Rohan, el Mariscal Gié (1451-1513). Retrato del siglo XIX


Más muertes irrumpieron en la vida de Luisa. En 1497, fallecía su suegra y poco tiempo después su padre. A partir de entonces, gozaría de más libertad para regir el destino de su hijo Francisco. Cuando se trataba de su "César" era su devota y enérgica protectora.

Tal vez fuera por razones de luto que Luisa permaneció alejada de la corte. Durante aquellos años, Ana de Bretaña dio a luz innumeras veces, y su esposo, Carlos VIII, se dedicaba a embellecer Amboise. Felizmente, la guerra con Nápoles había llegado a su fin, resultando ser un tremendo fracaso. En 1495, conquistó Nápoles pero pronto toda Italia se unió contra el invasor francés, obligándolo a retirarse. El pequeño rey estaba triste por lo sucedido, sin embargo, se distraía decorando sus jardines de inspiración napolitana. Sus naranjos florecían. Las ramas de sus perales doblábanse cargadas de fruto. Los artesanos italianos trabajaban el cuero, fabricaban perfumes, daban vida al alabastro. Mientras vivía inmersos en sus quehaceres, su esposa, Ana de Bretaña, luchaba para darle un heredero.




Presentación del Manuscrito al Rey. Chronique d'Amboise (La Crónica de Amboise). Posiblemente ejecutado en el taller de Jean Perréal. Finales del siglo XV. El autor se arrodilla para presentar su trabajo a Carlos VIII, quien es acompañado por dos cortesanos, uno de ellos es un halconero. En el fondo, vislumbramos el valle del Loira, donde destaca el castillo de Amboise.


El monarca francés estaba siempre atareado, asistía a justas y torneos, engrandecía sus posesiones, recibía embajadores
y escuchaba reclamaciones, mientras la idea de reconquistar Nápoles no desaparecía ni por un segundo de su mente. Pero un desgraciado accidente cambió bruscamente el rumbo de los acontecimientos.

Un día de verano de 1498, Carlos VIII escoltaba a su mujer, que quería ver un partido de tenis que se jugaba en el foso, y al atravesar una puerta baja para meterse en una especie de granero, en el que había una galería que daba a la parte superior, desde donde se apreciaba mejor el juego, el monarca se dio un golpe en la cabeza contra el marco. Aún tuvo las suficientes fuerzas para subir a la reina, y luego repentinamente sufrió un síncope.


Carlos VIII y Ana de Bretaña


Trajeron un viejo colchón y lo colocaron allí, a espera de una posible reanimación. Lo tuvieron en esas condiciones desde las dos de la tarde hasta las once de la noche, hora en la que dejó este mundo, después de haber vuelto en sí una o dos veces. No obstante, se baraja la idea que de en realidad fue envenenado. Tras hacerle la autopsia, se dijo que no había fallecido a consecuencia del golpe y se supo que había tomado una naranja poco antes del accidente. El fruto, al parecer, se lo habían enviado de Italia, de modo que circuló el rumor de que había muerto envenenado.


Luisa, con sus hijos, se encontraba en Cognac cuando ocurrió aquella desgracia. Su vida daba entonces un giro totalmente inesperado. Ana de Bretaña había tenido cuatro hijos varones y todos ellos habían muerto. Aquello era el final de la dinastía de Luis XI. El heredero sería, nada más nada menos que Luis de Orleans, a quien, a los catorce años, habían obligado a casarse con Juana de Valois, la hermana de Carlos VIII.

A diferencia de la atractiva Ana de Beaujeu, se dice que esta hija de Luis XI tenía el alma de una santa y el cuerpo de un monstruo. Cuentan que se le diagnosticó raquitismo y escoliosis, deformación de la columna vertebral y desarrollo desigual de los miembros inferiores y de la pelvis y una debilidad ósea generalizada. Cuenta la leyenda que su padre, Luis XI, la consideraba tan fea que la niña tenía que esconderse tras un biombo siempre que él entraba allí donde ella se encontraba.


Juana de Valois (1464-1505), duquesa de Berry


Luis, el duque de Orleans, veía sus esperanzas colmadas. Finalmente, había logrado ser rey de Francia, recibiendo el título de Luis XII. Su enlace sin sucesión con la princesa Juana dejaba vía libre para el heredero de Luisa de Saboya. El destino volvía a sonreír a la condesa viuda de Angulema. Francisco era ahora delfín, y Luisa podía dar gracias a Dios de que estuviera todavía bajo su cuidado.



Bibliografía:


Hackett, Francis: Francisco I, rey de Francia, Editorial Planeta de Agostini, Barcelona, 1995.


Kent, Princesa Michael: Diana de Poitiers y Catalina Medicis, rivales por el amor de un rey del Renacimiento, La Esfera de los Libros, Madrid, 2005.

http://alaintruong.canalblog.com/archives/arts_anciens/p30-0.html

http://www.kimiko1.com/research-16th/TudorMen/1490/index.html

http://es.wikipedia.org/wiki/Santa_Juana_de_Valois